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Paperback Writer

Aventuras

Volviendo a casa de madrugada

Camino volviendo a casa, creo que son casi las cinco de la mañana. Es fácil ver Pamplona completamente desierta a esas horas, y más en verano. Uno parece sacado de películas como El último hombre en la tierra. Me miro en los reflejos de los escaparates y me siento como un fantasma, como una proyección errática de mí mismo, perdido, solo y algo bebido. Me miro y no me gusto en absoluto. Y de tanto en tanto pasa algún coche. Siempre son taxis. A esas horas y siendo finales de julio, podrías caminar durante mucho tiempo y no te encontrarías con nadie, lo aseguro. La quietud se palpa en el aire, el silencio absoluto. El efecto del alcohol menguando, la luz de las farolas sobre la acera, el viento meciendo las hojas de los árboles. Podría pegarme toda la vida escribiendo sobre esos momentos en los que vuelvo a casa por la noche. A veces he visto gatos, pocas veces, corriendo con la cabeza baja, como si se deslizaran sobre la calle en lugar de andar. Corriendo a esconderse debajo de un coche, para mirarte después con sus ojos centelleantes. Cuando así ocurre, no puedo evitar pensar en la ciudad como un lugar que simplemente está ahí. Puede que las personas la hayan construido, pero la ciudad se pertenece a sí misma, y acoge también a diversos animales.

Y allí estoy yo, sintiéndome tan raro, tan solo, tan pequeño, tan desvirtuado. Mirándome en el reflejo de los escaparates y evitando hacerlo después. De pronto veo algo en mitad de la acera, en el suelo. Algo grande y redondeado. Me acerco expectante, casi ansioso por la novedad, preguntándome que me depara la ciudad. Es un hombre. Está tumbado bocarriba con los brazos en cruz, los ojos entreabiertos y susurra "ayuda, ayuda". Oigo sus palabras pronto, así que no tengo tiempo de hacer oscuras conjeturas. El hombre está vivo. También está gordo, muy gordo. Y calvo. Tiene un gran bigote bajo la nariz y no parece muy alto, aunque no me hago del todo a la idea porque está tumbado. Va bien vestido, zapatos, vaqueros, camisa. Llamo su atención con tono autoritario, pues a estas horas lo mejor es ser práctico. Nuestra conversación es más o menos esta:

¿Puedes oírme? pregunto yo.

me responde tratando de ubicarme con la mirada.

¿Dónde vives? de nuevo yo.

No lo sé me responde.

¿Sabes que estás tirado en mitad de la calle?

No, la verdad es que no sé dónde estoy.

¿Has bebido?

Sí, pero no tanto como para acabar así, esto no es normal.

No parece muy normal, ¿puedes levantarte?

La verdad, no. No creo que pueda. Llama a una ambulancia, por favor.

Llegados a este punto me asaltan varias ideas. La primera es que efectivamente no parece muy borracho en la forma de hablar. Me gusta la entonación que usa y como pronuncia las palabras, de forma pausada y con pronunciación clara. La verdad es que habla de forma muy correcta para estar tirado en la calle. Parece bastante mayor, su bigote está canoso. En un momento yo me fabrico mi hipótesis. Creo que el hombre ha bebido, pero también que le ha pasado algo más. Algún tipo de ataque, efecto secundario de un medicamento derivado de la bebida, algo así. Claro que puede ser que simplemente esté borracho. Saco el móvil del bolsillo y le pregunto:

¿Qué les digo?

Diles que no me puedo mover y que me encuentro muy mal.

Llamo al 112 y les cuento mi historia, muy resumida. Chico volviendo a su casa, hombre tirado en mitad de la calle, hombre ha bebido pero no mucho (según él), no sabe dónde está ni donde vive. La ambulancia tardará un poco, les digo que me quedaré en el sitio esperando. Cuelgo.

Me siento de espaldas a un escaparate, evitando verme reflejado. Pero no puedo evitar ver el reflejo del hombre y la verdad es que es más ridículo que el mío. De pronto siento que la ciudad vuelve a estar en calma, con el silbido leve del viento, las hojas meciéndose... Allí estamos, dos. Dos degeneraciones andantes, como dos escupitajos que la ciudad ha lanzado. De distintas épocas. Uno joven, ambicioso y al mismo tiempo terriblemente desesperanzado. Y el otro viejo, ya corrupto, manido por el alcohol y la locura. Dos aliados en la noche de una ciudad burguesa, acomodada, endogámica.

¿Cómo se llama usted? me pregunta mirando el cielo.

Andrés le contesto ¿y tú?

J me dice su nombre.

Encantado, J.

J me cuenta que tiene mucho miedo, que no sabe qué va a ser de él. Tan mayor y tirado en la calle, sin saber cómo ha llegado hasta allí, sin saber dónde está su casa. Me dice que lleva mucho tiempo allí tirado, pidiendo ayuda. Me pregunta si conozco a Federico Jiménez Los Santos, un periodista que dice que la sociedad se va a la mierda, que ya no hay valores, que los jóvenes están locos. Él ha estado mucho rato pidiendo ayuda y nadie ha venido. Le explico que son las cinco de la mañana y que no anda ni un alma por la calle, ¿quién querías que viniera? También le explico que ese tal Los Santos es un imbécil por asustar así a la gente y manejar ese discurso de miedo, y me da la razón. Después, J me dice que siente que la muerte se le está acercando, que quizás en una semana ya no esté en este mundo. Yo le digo que eso es difícil de saber, y que deje de decir tonterías, que en cuanto lleguen los médicos se empezará a sentir mejor. Durante toda nuestra conversación él maneja las palabras adecuadas y formula las frases de forma perfectamente comprensible, como si fuera un buen comunicador. Lástima que no tenga un gran mensaje ni una gran audiencia. A ratos se me altera y le pido que se relaje, que respire pausadamente, que todo va bien. Hablamos durante diez minutos, me trata de usted. "Cuente mi historia", me dice en un par de ocasiones, como si de verdad creyera que va a morir.

Al fin llega la ambulancia, le hago señas para indicar nuestra posición, como si fuéramos dos náufragos. ¡Aquí, aquí! ¡Llevo 25 años perdido en esta ciudad, sálvenme! ¡Y salven de paso a este nativo! ¡Enséñenle la civilización, la paz, la felicidad! No digo nada de eso, pero hago gestos como si lo estuviera diciendo. La ambulancia llega, se para, se bajan dos personas. Una mujer y un tío joven, como de mi edad. Y ya se me hace raro ver a tanta gente en la calle. Al principio estaba yo solo, volviendo a casa por la ciudad fantasma, evitando verme reflejado. Y de pronto somos cuatro personas, como un reducto social en mitad del desierto de la madrugada, y además nos adorna la luz naranja de la sirena. Lo primero que hacen es preguntarme qué ha ocurrido, y yo me siento impregnado de la situación. De nuevo les hago mi resumen: chico vuelve a casa, chico encuentra a hombre, hombre ha bebido pero no mucho (según él), hombre no puede levantarse ni sabe dónde vive. Está borracho, me dice la mujer tras un vistazo. Por un momento siento el impulso de contarle mi fantástica hipótesis. Verá, no es que esté borracho, es que tiene un problema en la cabeza y ha mezclado el alcohol con su medicación. Verá, no está simplemente borracho, está loco y le ha dado un ataque, derivado de la bebida. Pero no lo hago, porque algo dentro de mí me dice que la mujer tiene razón. J es un simple borracho y yo un simple recién graduado, presa de la incertidumbre y también del alcohol, para que ocultarlo. Levantan a J del suelo, lo ponen en pie y lo ayudan a mantenerse. J me mira con los ojos abiertos como platos.

¿Estás bien? le pregunto.

¡Qué joven eres! me responde, ya sin tratarme de usted.

Traen una camilla y le piden que se tumbe, pero él les mira escéptico. Se lo pido yo y me hace caso. Me tiende la mano mientras le tapan con una manta.

¡Adiós amigo! me dice ¡Y gracias!

Adiós J, mejórate.

¡Gracias, gracias! me grita mientras lo suben a la ambulancia, como si estuviéramos viviendo el mayor drama de la historia.

Y en un abrir y cerrar de ojos la situación se ha desprendido de mí, ya no hay hombre tirado en la calle, ni ambulancia, ni nada. Sólo yo, los putos reflejos de los escaparates y la puta ciudad vacía de siempre. Llego a casa, me quito la ropa, me tumbo en la cama y entro en un sueño pesado y profundo, uno como solo el alcohol puede proporcionar.

El tetrapléjico

Ayer me ocurrió algo un poco distinto a lo que me ocurre normalmente y lo voy a escribir aquí.

Iba por la universidad, hacia la biblioteca, con Dani, un compañero de clase y amigo. Acababa de comer un sándwich vegetal especial, que se diferencia del vegetal a secas en que no lleva atún. Eso, y unos aros de cebolla y unos nuggets de pollo. Comida mediocre, pero fácil y rápida.

En estas que se nos acercó un señor en silla de ruedas. No una silla de ruedas normal, sino eléctrica y automática. El señor hacía mover el aparato con el dedo pulgar, empujando una palanca situada en el brazo derecho de la silla. Aunque quizás sea más correcto llamar a esa palanca joystick. El señor se paró frente a nosotros y nos dijo:

-¿Os puedo pedir un favor?

-Claro que sí. -le contestamos.

No se por qué pero tuve algo de miedo de que el tipo quisiera aprovecharse de nosotros, sabiendo que empatizaríamos con su problema, y pedirnos un cigarro, dinero o algo así. Si estás leyendo esto y quieres juzgarme por esta reflexión, puedes hacerlo.
Resulta que lo que quería era beber agua. Nos dio unas indicaciones para encontrar un botellín en su mochila, y nos aseguró que no podía mover ni las manos ni los brazos. Dani buscó el botellín raudo y veloz, y se lo puso en la boca. Lo sujetó y lo inclinó, permitiéndole así beber. El hombre bebió. Después nos pidió un cigarrillo.

-No tenemos, no fumamos. -le dije yo.

Error. Lo que quería era que, nuevamente, cogiéramos uno de sus cigarrillos y le ayudáramos a fumar. Esa vez fui yo, con ganas de enmendarme, el que siguió las indicaciones y encontró el paquete de tabaco. Ducados rubios. Le puse un cigarro en la boca y se lo encendí. Me sentí como en la típica escena de una peli de vaqueros, en la que abaten a tiros a un compañero y el protagonista se ve obligado a ponerle un cigarrillo en la boca para cumplir con su último deseo. Cada cierto tiempo le quitábamos el cigarrillo, para que pudiera expulsar el humo de tanto en tanto.

Pensé que debíamos hablar de algo durante el proceso, para que el tipo se sintiera cómodo y el cigarro le sentara bien. Podría haber mencionado cualquier tontería, el buen día que hacía o lo bonita que estaba la universidad, haciendo como si el hecho de que estaba en una silla de ruedas fuera algo completamente normal. Pero narices, cuando quieres que alguien esté cómodo contigo y que no sienta que estás ahí por obligación, lo mejor que puedes hacer es ser sincero. La sinceridad, mientras no te lleve a los límites del cinismo, es un buen recurso, nadie puede recriminarte por ella y si te juzgan, por lo menos lo harán por lo que realmente eres. Así que le pregunté lo que realmente quería saber. Qué puñetas hizo para acabar así, tetrapléjico. Me miró (sin mover el cuello) y me contestó tranquilamente.

-Estaba en la playa con unos amigos. De pronto alguien dijo: vamos a saltar. Fuimos a un acantilado al que ya habíamos ido muchas otras veces y yo salté de cabeza. No salté haciendo ninguna pirueta ni nada, simplemente de cabeza. Resulta que ese año un banco de arena se había desplazado hasta esa zona, y donde antes cubría unos cuatro metros ahora cubría metro y medio. Me rompí el cuello.

Se nos hizo un poco duro escuchar aquello. Aunque no tan duro como parece, pues la persona que lo decía estaba tranquila, repitiendo algo que ya habría contado muchas otras veces. Mi curiosidad no acabó ahí.

-¿Hace cuanto tiempo pasó? -le pregunté.

-Hace veintiocho años -dijo tras pensar unos instantes.

-¿Y cómo es vivir así? Parece muy jodido.

-Lo es. Lo mas duro es no poder mover las manos. Encenderme un cigarrillo cuando me apetece, entrar a un bar y pedirme un pincho. Esas son las cosas que más echo de menos.

Por un momento sentí ganas de decirle lo mucho que lo sentía. De mirarle y decirle "lo siento mucho". Pero luego me acordé de un tío mío, muy querido, que el verano pasado me contó como se sintió cuando en el funeral de mi abuelo, la gente se le acercaba y le decía esas palabras. Me contó que esas palabras no lo tranquilizaron, que eran solo palabras vacías porque hay cosas que le ocurren a uno y que los demás nunca podrán sentir por mucho que se empeñen. Así que no dije nada. Me conformé con guardar silencio y ayudarle a fumar su cigarrillo, que era todo lo que podía hacer por él en ese momento. No sentí compasión, aunque tuve que apretar el puño porque me estaba poniendo algo nervioso.

-¿Tenéis exámenes? -nos preguntó.

Le contamos que teníamos un examen en unas horas y que nuestra intención era repasar un poco. Estuvimos un rato hablando de los estudios, nos preguntó a ver qué estudiábamos y resulta que un amigo suyo había estudiado lo mismo que nosotros. La conversación se volvió mas relajada, aunque en cierta forma, era yo el que había pedido violencia, el que había preguntado. El cigarro se acabó. Lo tiramos al suelo y lo pisoteamos. Nos despedimos. Yo le dije que a ver si volvíamos a vernos por allí, y si lo hacemos trataré de hablar con él.

Este tipo de cosas hacen que me de cuenta de lo protegidos y arropados que vivimos. Leo estas líneas y me parecen algo gratuitas, pero por qué no escribirlas si forman parte de mi vida. Creo que el sufrimiento, la incomprensión, la soledad, son cosas que todos tenemos pero que ocultamos con esfuerzo. Y creo que una de las máximas del estado del bienestar en el que vivimos es ocultar todo eso. Por eso, aunque me puso algo triste el encuentro, al cabo de un rato me hizo sentir mejor, porque me sentí más en consonancia con la realidad.

Niños chinos

Niños chinos

Hola lectores de blogs personales. Vengo a deciros que estáis anticuados. El otro día vi un video en youtube donde un experto explicaba que aunque en sus inicios, los blogs se usaban para que determinadas personas llevaran un diario público de su vida, en la actualidad los blogs destinados a ese propósito son una minoría, porque son los menos interesantes. Y de alguna forma es extraño que yo, que solo tengo veintidós años, tenga un blog personal desde hace tantos años, desde el mismo auge de los blogs personales.

Pero yo siempre recordaré cual es mi blog personal favorito. Uno que seguramente no será el mejor, pero al que le tengo un cariño especial. Es un blog que yo leía con... ¿Trece? ¿Catorce años? ¡Hace casi diez años, ya! Por aquel entonces, su autor, un tipo de mi misma ciudad, Pamplona, al que no conozco en persona, tenía casi la edad que tengo yo ahora. En la actualidad dicho blog ya no funciona, desde hace un tiempo, el autor anunció que no escribiría mas y fin, se acabó. Pero en días como hoy yo sufro el llamado efecto desorden. Consiste en que al salir a la calle me imagino a esta persona llevando una vida que yo, de adolescente, apenas comprendía, y que ahora comprendo un poco mejor. Y me lo imagino andando por la ciudad, viviendo alguna de esas pequeñas aventuras que solía relatar en su blog. Me lo imagino siendo uno mas de los que yo considero mis amigos. Y también imagino que de alguna forma, su experiencia pasada y relatada en su blog se traslada a la actualidad y se convierte en la mía propia. Aunque la persona que él era por aquel entonces seguramente no se parezca en nada a mí.

Y digo todo esto porque hoy ha sido uno de los primeros días de verano, y el efecto desorden campaba a sus hanchas por la calle. Calor. No mucho, pero bueno. Cerveza fresca. Yo con un pasmo del quince por meterme en una piscina el día anterior. La gente paseando. Esas cosas. Después de estar en un par de bares, me he sentado en la hierba, cerca de casa, con unos amigos, y hemos estado enredando con las guitarras. Y en seguida se nos han acercado unos niños chinos a dar la vara. Eran muy majos, pero increíblemente revoltosos. Al principio solo bailaban y corrían alrededor nuestra pero cuando han cogido confianza han empezado a hacer preguntas existenciales, de esas que hacen los niños majos con verdadera curiosidad. Por ejemplo, ¿Cómo funciona tu guitarra? ¿Por qué suena? ¿Como sujetas las cuerdas? Nadie me ayudaba a responder a las preguntas. ¿Vivís todos juntos en la misma casa? No. ¿Conxal y Marta son novios? Sí. Y a mi amigo David, que lleva el pelo rapado, le han preguntado, ¿Por que llevas la cabeza pelada? Porque me estaba quedando calvo y me rapé, les ha contestado. Y luego una niña me ha preguntado que a ver por qué yo no tengo novia, y le he dicho que no lo sabía porque ya estaba saturado de tanta pregunta y porque en verdad no habría podido darle una respuesta mas simple y convincente. Nos hemos ido al cabo de un rato y los niños querían saber si íbamos a volver mañana. Yo les he dicho que mañana seguramente no, pero que quizás otro día. Y fin.

En cierta forma me han caído bien estos niños chinos, tan majos y tan libres de prejuicios. Me dan envidia, en cierto modo. Me pregunto como sería yo con su edad y si haría tantas preguntas. En fin, que os cuento todo esto porque me he visto obligado, hoy el efecto desorden era especialmente intenso.

Un paseo por la UPNA

Aquí os dejo una grabación radiofónica que he grabado hoy con Gonxal y Marina paseando por la uni, viendo pájaros y comentando nuestros sentimientos en esta mañana de lunes: descargar el archivo.

Un paseo con Gonxal

Un paseo con Gonxal

Gonxal y yo tenemos un símbolo que nos une. Es una foto del actor James Dean que tienen en el Café Cream, una cafetería mítica de Pamplona, en la Avenida Baiona. Hoy me he encontrado con él, con Gonxal, en el Out of Time y entre cervezas y cigarrillos, me ha contado que la foto ya está de nuevo colgada en la pared. El sitio ha cambiado de dueños y desde hace unos cuantos meses no habíamos estado por allí. Hace poco reabrieron el lugar y nos pasamos para tomar unos cafés y unos tés. Nos llevamos una ingrata sorpresa cuando vimos que nuestra querida fotografía no estaba, y que en su lugar, se mostraba la desolación de la pared fría y desnuda. Intranquilos y preocupados, fuimos a hablar con los camareros. Primero nos dijeron que la habían tirado a la basura, muy graciosos ellos. Luego resultó que no, que bromeaban. Y el dueño, al ver nuestro interés, nos llevó al almacen. Y allí estaba el bueno de James Dean, con su cigarrillo y su abrigo caminando sobre el suelo mojado de Manhattan.

Hoy le he comentado a Gonxal que tengo esa foto muy presente entre mis pensamientos. Sin ir mas lejos, el sábado pensé en la imagen. Fue de madrugada, hacia las cinco de la mañana. Llovía a cantaros y el alcohol se estaba desprendiendo de mí. Fue un momento en el que me sentí desolado porque el calor de la ebriedad me estaba dejando atrás y es entonces cuando uno se encuentra irremediablemente consigo mismo. Caminé bajo la lluvia por la zona de Carlos III, mientras la gente iba y venía, hablando a voces, felices, subiendo y bajando de los taxis, que a su vez conducían velozmente salpicando agua. Y es que los taxis son los auténticos protagonistas de la madrugada. En fin, que allí estaba yo, irremediablmente solo, incapaz de huir de mí mismo. Como James Dean en la fotografía solo que sin tanto carisma ni masculinidad. Acababa de sentir un pequeño desengaño amoroso, nada grave, solo un poco de rechazo e incertidumbre, como una molesta picadura de mosquito que llama la atención durante la noche, impidiendo levemente el descanso. Cuando llegué a casa me sequé a conciencia, pues había chupado agua hasta hartar.

Gonxal me ha contado que a él le pasó exactamente lo mismo, a la misma hora él también volvió a casa sintiéndose James Dean. Podrías haberme llamado, me ha dicho, pero no eran horas y al sábado no se le podía pedir mucho mas. Y así, hablando de estas cosas y apurando las cervezas, se nos ha ocurrido dejar el Out Of Time, por una vez en nuestras vidas, y salir a pasear por la noche de Pamplona. Y luego puedes escribirlo todo en tu blog, me ha dicho.

Hemos caminado un rato en dirección al centro, a través de la calle Pio XII, hasta el edificio Singular. Yo le he contado que me gustaría hacer una versión de un poema de Machado, ese de "yo voy soñando caminos, de la tarde las colinas doradas, los verdes pinos..." pero ajustado a nuestra vida en la ciudad. Podría empezar algo así como "yo voy soñando aceras y calles, las estrellas ausentes de Pamplona, los dioses derrotados de la noche..." y a él le ha gustado mucho la idea. Así que quizás lo haga algún día. Después me ha contado que tiene un trabajo nuevo, de esos trabajos suyos que consisten en contar y observar pájaros, y me he ofrecido para echarle una mano y hacerle compañía. A mí me gusta imaginar a Gonxal como una especie de gurú de las aves, alguien con capacidades especiales para comunicarse con la naturaleza, como el mago Saruman en los bosques de Rohan, o el mago Merlín en la corte de Camelot. Tonterías mías. Y como estaba tan a gusto paseando con él, me ha dado por imaginarme Pamplona en la antigüedad. Es un buen ejercicio imaginar que uno viaja en el tiempo cuando entra en el casco viejo por la calle San Nicolás. Le he contado que ayer estaba aburrido, y me pusé a indagar sobre Pablo Sarasate. Encontré en internet algunas fotografías interesantes, una en la que salía con su bigote grisáceo, asomado al balcón de La Perla y con su violín bajo el brazo.

El caso es que hemos entrado en San Nicolás. Hemos echado un vistazo a la iglesia, porque a ambos nos gusta mucho la almena medieval que está detrás y que han limpiado recientemente. Se ve muy bien desde la callejuela de Casa Paco, alguno sabrá a dónde me refiero. Gonxal me ha dicho que le da pena que la hayan limpiado, porque a él le gustaba oscura y llena de mugre. A mí también, pero supongo que será cuestión de esperar unos años más. Al final nos hemos atrincherado en uno de los bares del final de la calle y nos hemos pedido dos cañas y dos pinchos de jamón y queso. Gonxal ha pagado, porque a mí no me quedaban pelas, lo justo dos pavos para un par de cafés mañana en la universidad. Nos hemos sentado en un rincón y hemos seguido hablando de nuestras vidas, de nuestros desengaños. De amigos que podrían estar con nosotros tomando algo, pero con los que ya no contamos porque se portaron mal. Él me ha dicho que si quiero podemos ser novios nosotros dos y yo me he reído mucho. Le he dicho que no estaría mal, que sería algo con lo que Dios no cuenta. Que podríamos sacarle el dedo y gritarle: jódete, con esto no contabas, cabrón. Pero entonces nos hemos dado cuenta de que Dios es omnipotente, y seguramente se las arreglaría para que Gonxal y yo discutiéramos y volviéramos a quedar como amigos.

Y así, hablando y bebiendo, se nos ha hecho la hora de volver. De camino hemos pasado por la estatua de JJ (Arazuri), porque estábamos un poco melancólicos, aunque felices, y queríamos hacerle una visita a nuestro amigo metálico. Después le he pedido a Gonxal que se subiera a la peana de Arazuri, porque quería hacerme a la idea de la estatura del médico y resulta que es un poco mas bajito que Gonxal. Nos hemos despedido de JJ y luego hemos llegado de nuevo hasta el edificio Singular y yo le he dicho a Gonxal que ése sí que es un castillo de la era moderna. Estaba impertérrito, allí, en medio de la noche, con sus grandes ventanales encendidos y su enormidad. Algún día subiermos. Al cabo de un rato, en Sancho El Fuerte, nos hemos despedido. Adiós, Gonxal, que descanses. Nos hemos separado, caminando en direcciones opuestas, y me he vuelto a acordar de la fotografía del gran James Dean. Y allí estaba yo, solo otra vez, sin tanto carisma como el actor, pero qué narices, también valiente y decidido. Y es que algunos hombres sufrimos una extraña condena, la de las canciones de Sabina y los actores americanos de los cincuenta.

Andy

Andy

Dicen que hace unos dos meses entró al hostal de Edimburgo en el que mas tarde yo pasaría mis vacaciones, un inglés en malas condiciones. Llevaba una barba de semanas, tupida y negra. El pelo corto, unas zapatillas rotas y una ropa sucia y agujereada. ¿De dónde venía? ¿Era un indigente? ¿Cuál era su ciudad de origen? Son cosas a las que no respondió durante toda su estancia. El segundo día apareció con ropa limpia. Calzado nuevo, un jersey azul y unos vaqueros. Y sin barba. Yo no lo conocí por aquel entonces, pero os puedo asegurar que este era su aspecto, pues jamás se cambiaba de ropa. Dormía siempre con lo mismo y creo que ni siquiera pasaba por la ducha. Se llamaba Andy.

Cuando yo llegué, Andy era simplemente un tío raro que siempre dormía en la cama de al lado de la puerta. Todas las noches, se las pasaba con el ordenador sobre las rodillas, pero sin hacer apenas ruido. Y por las mañanas, cuando yo salía a hacer turismo, el permanecía ahí, dormido hasta las once o las doce. Al caminar por el hostal, apenas hacía ruido, caminaba de forma ligera y rápida. Y cuando hablaba, lo hacía con una voz sorprendentemente suave y dulce. Tenía los ojos claros. Esto lo descubrí mas tarde, hacia la tercera noche que pasé allí. Me di cuenta de que no era un simple tirado cuando hablé con él por primera vez. No era un tipo caluroso, pero desde luego era un buen conversador. Hablaba despacio con los extranjeros que estábamos allí, consciente de que muchos no dominábamos del todo su idioma. Y después, escuchaba con mucha atención todo lo que le decían. Deduje que era una persona culta viendo los temas de conversación que sacaba a la luz. Le gustaba hablar de leyes, del estilo de vida occidental, de las diferencias culturales entre su país y el de otros. También entendía mucho de cine y literatura. Su escritor preferido era George Orwell y criticaba constantemente nuestro estilo de vida. No entendía el consumismo ni la vida desenfrenada.

Desde que hablé con él por primera vez, todas las noches procuré unirme al corro de parroquianos. Muchos éramos simples turistas, y otros llevaban a su espalda una larga estancia durante la cual se habían dedicado a buscar trabajo, sin mucho éxito. Pero a todos les gustaba la compañía de Andy. Él se sentaba en una silla y se abría una cerveza, y nos hablaba de las costumbres inglesas, o de sus viajes. Casi siempre tenía una cerveza en la mano. Por las tardes, solía ayudar a los huéspedes inmigrantes con lo que podía. Les daba consejos para aprender inglés, o les enseñaba a hacer curriculums. Pero nadie sabía realmente que hacía allí. Algunos pensaban que era un vagabundo muy extraño. Otros decían que habría reñido con su familia. Él decía que era informático y que estaba buscando trabajo, aunque nunca lo vi salir del hostal. En una ocasión me dijeron que habían visto su curriculum y que era realmente increíble. Había trabajado en multitud de instituciones importantes, como bancos, empresas multinacionales, etc.

El último día que estuve allí, lo vi aparecer en el vestíbulo. Me voy, me dijo. Estaba completamente aseado y repeinado, afeitado y llevaba una camisa limpia. Casi parecía una persona completamente normal. Dijo que se iba a otra ciudad y no dio mas detalles.

¿Qué historia se ocultaba detrás de Andy? ¿Que habrá sido de él? Son cosas que nunca sabré. Él jamás hablaba sobre su vida y nadie se atrevía a preguntar. A mí me gusta pensar que simplemente era un inadaptado. Un trotamundos que gustaba de vivir así. Un viajero. Y me recuerda, sin duda, al Lobo Estepario de Herman Hesse. Creo que detrás de Andy, se escondía una historia triste. Intuición.

El atracador (II)

Hay que ver como pasa el tiempo. Ya dentro de poco se acabará el año. Julen, un amigo, me dijo el otro día que desde que escribo en el blog de Hettar&Hatta ya casi no escribo aquí. En realidad, si yo pudiera elegir, escribiría en muchos blogs y páginas. Es mas, si estuviera en mi mano, me pasaría los días escribiendo sin parar, aunque tal vez, si hiciera eso, acabaría soltando paridas. La realidad es que últimamente le doy mas caña al otro blog porque es un proyecto que está empezando y va bastante bien. En unos meses, me gustaría aumentar el ritmo y escribir mas allí y aquí. Pero mantener un blog no es algo fácil. En las épocas en las que menos he escrito, he hecho como mínimo una entrada al mes. Hacer un texto a la semana, por ejemplo, ya empieza a tener su miga. Obviamente uno siempre tiene cosas que decir, pero debe estar motivado y concienciado en cierto sentido, para poder explayarse de manera entretenida y sin que sea un peñazo. Ya veis. Pero como propósito de año nuevo, está bastante bien. Esforzándome y poco a poco, confío en que pronto pillaré un buen ritmo y podré escribir mucho. Como en los viejos tiempos.

A parte de esta reflexión, también quería contaros el final de una aventura que se me quedó un poco a medias cuando la relaté hace casi un año. Diez meses, en realidad. Sí, se trata de aquel intento de atraco, un poco chapucero, que sufrí en mis carnes el pasado mes de febrero. Resulta que el fin de semana pasado estaba con algunos amigos en un bar. Ahora, con esto de la ley del tabaco, los que salimos de bares algunas noches, nos pasamos tanto tiempo fuera, como dentro de los locales. En invierno es un poco fastidioso, por el frío mas que nada. Pero por lo demás es un nuevo hábito que me gusta, porque dentro de los bares ponen la música tan alta, que casi no puedes ni charlar con los amigos. El caso es que estábamos ahí, en la puerta de un bar, cuando se acercó aquel personaje que intentó atracarme. Se acercó y nos preguntó si alguno lo conocíamos de algo. Se me quedó mirando y yo le dije que sí, que nos conocíamos, y el asintió. Es cierto, tu y yo nos conocemos, me dijo.
Estuvo bastante pesado, la verdad. Por suerte no estaba violento ni enajenado como la última vez, pero no paró de darnos la chapa durante unos minutos, contándonos anécdotas y asuntos turbios que no venían a cuento. En un momento de la conversación, me ofreció la mano y me dijo: lo siento si alguna vez te he tratado mal. Yo se la estreché concienzudamente y lo perdoné de manera sincera. Me sentí bien al hacerlo. Después nos preguntó si podíamos darle algo de dinero. Tardó bastante en hacerlo, la verdad, yo esperaba que lo hubiera hecho bastante antes. Por desgracia para él, apenas llevábamos metálico encima y de todas formas, no creo que le hubiésemos dado nada, porque era obvio que se lo habría gastado en cocaína o algo similar.

Y así, como había venido, se fue. Me dijo, por cierto, que llevaba prácticamente un año en la cárcel. Supongo que cuando le pusieron las esposas conmigo agazapado tras una esquina, fue cuando se acabó su libertad. Quizás, el día del intento de atraco y las amenazas, estaba en la calle gracias a algún tipo de permiso. Quien sabe. Veremos si me lo vuelvo a encontrar algún día por la ciudad, ya os contaré.

Echar a correr

Soy un bestia. Ayer me disfracé de deportista, me puse unas zapatillas, un pantalón de chandal y una camiseta. Tomé, sin necesitarlo, un par de inhalaciones de bentolín. Salí de casa y eché a correr como alma que lleva el diablo. Ultimamente la rabia se me cala a los huesos. Antes no me pasaba, por supuesto. Y tampoco le doy mucha importancia. Pero a veces el aburrimiento, los malos recuerdos, que en mi caso son muchos (o tal vez muy intensos) y todo lo demás, me impregnan de ganas de golpear. Tal vez estéis pensando que salí de casa dispuesto a partirle la cara al primero que encontrase. Pero como todavía no me he vuelto un loco psicótico, no hice eso.

Una vez oí, o leí, o mas probablemente vi en alguna película, que lo de descargar agresividad con el deporte es un mito. Vamos, que si eres una persona que se considera violenta, que no aguantas que te tosa ni cristo, no debes hacer, por ejemplo, boxeo, para controlar tu ira. Porque el boxeo, según ese razonamiento, en todo caso lo que hace es potenciar tu agresividad y de todas formas, si la elimina, será solo a corto plazo. Por lo tanto, no lo olvidéis, si sois violentos, visitar a un especialista de esos y dejad de serlo. Pero no os pongais a dar leches por diversión.

Tampoco se hasta que punto es cierta esa teoría. Algún día, si tengo la ocasión, se lo preguntaré a un psicólogo. Yo no soy violento. No me considero violento por definición, aunque si que alguna vez he sentido esa punzada. Pero siempre la he ignorado y fuera. No me preocupa eso, y ayer tenía muchas ganas de correr. Corrí como un diablo. En la vuelta del castillo, el parque que hay cerca de mi casa, había mucha gente corriendo. Solo aguanté veinte minutos, que tampoco esta mal teniendo en cuenta la velocidad que llevé. Adelanté a todo el mundo. Sí, a todo con el que me cruce. Y al final el pecho me dolía tanto que pensé que me iba a pasar algo. Y mis pulmones subían y bajaban muy rápido. En serio, muy rápido. Jamas los he visto moverse así. Hoy me duelen un poco las piernas, pero se pasará. Tal vez lo repita todas las semanas. Podrían ser mis veinte minutos de ira.

15 de mayo en Pamplona

Dos actualizaciones en un día.

El quince de mayo me enchufé al ordenador y me sorprendí. En Madrid había una manifestación contra el mal estado de la democracia. Por twitter llegaban fotos, videos y comentarios. Al parecer la cosa no acabó muy bien, hubo intervención policial. Al final del día los manifestantes, me supongo que con un puntito de cabreo, dijeron que se quedaban en la plaza del sol y lo llamaron Acampadasol. Esa noche dicen que no fueron mas de cien los que durmieron en la plaza del sol. Al cabo de un par de días, con mas intervenciones policiales de por medio, esta vez sin la violencia del día quince, llegó a haber hasta veinte mil personas en la plaza madrileña.

En Pamplona, si no me equivoco, alguien empezó a moverse el día diecisiete. Yo, mientras tanto, estudiaba para mis exámenes pensando que en esta ciudad no se haría nada y con los dientes largos cada vez que veía imágenes de Madrid. Al parecer, allí, se hizo un verdadero foro de dialogo que aún hoy sigue funcionando. Se acordó funcionar de forma pacífica, y sin responder a las primeras provocaciones policiales, que dejaron de tener lugar a los dos días siguientes. Debo decir que en twitter no leí nada sobre movilización alguna en Pamplona hasta el día diecisiete por la noche, pero para entonces ya debía haberse organizado la primera concentración. Así que el día dieciocho a las ocho de la tarde fuimos a la plaza del ayuntamiento y nos encontramos con unas cuatrocientas personas, la mayoría sentadas. Nos repartieron algunos papeles.

Hubo alguna lectura, se explicó que los allí presentes no nos sentíamos representados y un par de señoras mayores con dos telediarios por delante y que no habían tenido tiempo en su larga vida de aprender educación, nos preguntaron de malas maneras que a ver que narices estábamos haciendo allí. Les intentamos explicar que estábamos allí porque no nos sentíamos representados, ni por los gobernantes, ni por la ley electoral, a lo que contestaron: ¡Anda, qué listos los niños! ¡Pues votad en blanco y dejadnos a los demás en paz! Finalmente, Íñigo, viendo rebasada su paciencia, dijo: señoras, váyanse a paseo. Y así se fueron, despacito, con el semblante de una vida podrida y una miserable vejez.

Pero nuestro animo no decayó, ni mucho menos. Felices comentamos nuestras ideas. Juan hacia hincapié en que tenía que ser un movimiento democrático, y que ninguna ideología concreta debía tomar protagonismo. Le di la razón. Mas tarde, los convocantes sacaron un megáfono e hicimos un corro. Serían las diez de la noche y ya solo quedábamos unas doscientas personas. Hicimos un coloquio pasando el megáfono de unos a otros. Al principio costó romper el hielo. Pero luego la gente se soltó, dijeron que estaban hartos de no trabajar, hartos de estudiar para nada. Un chico dijo que estaba harto de que recortaran las ayudas de su abuelo, que padecía alguna enfermedad, mientras los mismo que decidían esos recortes, derrochaban el dinero en transportes, cenas y demás. Ese día dormimos muy a gusto.

Al día siguiente, twitter estaba que echaba humo y me enteré de que en casi todas las ciudades de España, la situación había sido parecida. El día diecinueve, en la plaza del ayuntamiento, a las ocho de la tarde, había mas de seiscientas personas, calculé yo. Había dos micrófonos inalámbricos y la voz de la gente se oía a través de un altavoz. La mayoría ya no éramos jóvenes. Había mucha gente mayor y de muy diversa clase. Habló un inmigrante argentino con experiencia en crisis económica. No os creáis cuando os dicen que no hay recursos, dijo. Habló un abuelo republicano y dijo, me cago en la puta transición española, como nos la endosaron. Dijo que en el setenta y cinco, con la muerte de Franco, hubo un buen momento para unir a las dos españas pero se desaprovechó.

Y ayer viernes veinte de mayo, en la plaza del castillo hubo unas dos mil personas, calculé a ojo. Tal vez mas. Estaba lleno y el equipo de sonido era muy potente. Había recogida de firmas y se repartieron mas manifiestos. Habló muchísima gente, de todas las edades, incluso ancianos que nada tenían que ver con las dos señoras del primer día. Algunos no dijeron nada y otros sí. Un señor se quejó de la fábrica. Dijo que estaba harto de que hubiera paro y se permitieran las horas extra en las fábricas. Hablaron un par de personas con discapacidades y dijeron que la ayuda para estas situaciones por parte del estado era pésima. Hablaron estudiantes de periodismo y dijeron que, en sus carreras, se enseñaba muy poca ética. Habló un estudiante italiano y dijo, tendrías que ver como estamos en Italia... Los jóvenes a veces mencionaban internet y los mayores daban muchos ánimos. La charla de la tarde estuvo, en general, bien. Pero se divagó mucho y mucha gente sólo habló por afán de protagonismo.

A la noche, después de cenar, hubo menos gente, pero el nivel intelectual no decayó. Con micrófonos se habló, en un corro mucho mas pequeño, de educación. Y vaya que si fue interesante. Entre los testimonios hubo:

-Un señor que pasaba por allí que dijo ser profesor. Dijo que en la ESO, en los institutos públicos, se estaba llevando a cabo una enseñanza clasista. Que se juntaban en clases a chavales que no querían estudiar con los que sí. Que no tenía sentido obligarles a estudiar hasta los dieciséis años, porque muchos preferían darse a estudios mas prácticos y mas orientados a oficios. También dijo que a los inmigrantes se les metía, automáticamente, en grupos de nivel mas bajo.

-Hubo mas estudiantes de periodismo, y algunos de magisterio, que una vez mas, mencionaron la falta de ética en sus carreras.

-Una profesora dijo que, en bachillerato, se maltrataba a las asignaturas de historia y filosofía, y que éstas eran, en realidad, mucho mas importantes de lo que se creía, puesto que enseñaban a pensar. En selectividad, en cambio, estas dos asignaturas son las que menos importancia tienen.

-Un profesor que había vivido en varios países dijo que los estudiantes somos muy capaces de cambiar las cosas y que debemos quejarnos menos y hacer mas propuestas.

-Un chico dijo: ni una subvención mas al opus dei, que es una empresa privada. Y otro estudiante dijo que en la Universidad de Navarra no solo había gente del opus dei.

-Se habló mucho del plan Bolonia. "No es tanto el plan en sí, como la nefasta forma de implantarlo". También se mencionó que en la Universidad Pública se había retirado la segunda convocatoria a examen por asignatura, aunque si mal no tengo entendido, ese mismo día oí que se había revocado la decisión y que se mantenían los exámenes de recuperación.

En fin, pues estas y otras cosas son las que me han acontecido en los últimos cuatro días, en los que he disfrutado mucho. Mi opinión la he divulgado por twitter, mas que nada. He discutido mucho, y con mucha gente. Si alguien necesita mas información sobre el movimiento, que recurra a la red. Está muy accesible allí, en las televisiones no. Solo puedo decir que es bastante mas multitudinario de lo que se piensa y que ha ocurrido a nivel nacional.

La visita de una abeja

Hay días en los que me levanto cansado. Hoy ha entrado una abeja en mi cuarto. He abierto la ventana de par en par y he puesto una canción muy bonita a todo volumen, con unos altavoces apuntando al exterior. He pensado que me apetecía congratular al que le gustara la canción y molestar al que no. Que tristes son ese tipo de resignaciones. Abandonar la razón y pensar, voy a molestar a alguien con la mas absoluta simpleza. Es cierto que hay días en los que me levanto cansado y... Pocas cosas me importan. A estas alturas, no voy a dejar de asumir algo que es cierto. Así que ahí estaba yo, con la ventana abierta de par en par. Era media mañana y entraba un aire refrescante. Mi habitación, por su parte, olía mal. A cerrado. He estado durmiendo toda la noche y mi cuerpo ha dejado ese fantástico olor. Gracias cuerpo, otro bendito obsequio.

Y entonces, ante mi patético orgullo por estar haciendo eso, esa tontería de abrir la ventana y poner los altavoces hacia el exterior, ha entrado una abeja. Primero me he preguntado porque había venido. Le habría preguntado, no os mentiré. Me habría gustado acercarme y preguntarle, ¿Qué has venido a hacer a mi cuarto? Y quien sabe, la cosa podría haber acabado muy mal. Porque las abejas... Ya se sabe, tienen aguijones y pican. Y se mueren cuando lo hacen, sí, pero lo hacen. Incluso podría haberme dicho; nunca mas. Y eso habría sido mucho peor que una picadura. Así que por eso, por miedo, no le he dicho nada. Por miedo, sí. Tal vez habría sido el inicio de una bonita amistad.

El siguiente personaje que ha entrado en escena ha sido Sócrates, el gato, no el filósofo. Ha llegado corriendo por el pasillo, desde vete a saber donde. Yo creo que el zumbido del insecto lo ha advertido, ha encendido una pequeña señal en su instinto animal, que a su vez ha activado un enorme cartel de neón en su mente. Caza. Con luces brillantes y parpadeando. Y a Sócrates, ya se sabe, dile tu que no se coma una abeja cuando hay una abeja en el cuarto. Estaba... Ido. Ha mirado fijamente al bicho y se ha ido aproximando a el poco a poco. A mí me habría gustado advertir a la abeja. ¡Vete por donde has venido! ¡Salva tu vida! Pero soy un cobardica.

Y Sócrates ha saltado. Varias veces. Y ha atacado con zarpazos a mi visitante. Sí, soy un mal anfitrión. Ser anfitrión es muy difícil cuando vives con un depredador, que os voy a contar. La abeja no encontraba la salida, daba vueltas y vueltas por el cuarto en un desesperado intento por sobrevivir. Yo, que sí sabía donde estaba la salida, la he tomado. Es decir, me he ocultado tras la puerta. Por aquello de que pican, ya se sabe. Y entonces ha ocurrido algo no muy usual. Tal vez Sócrates no tenía hambre, o tal vez había hablado con la abeja en algún extraño lenguaje inaudible para los humanos cobardicas como yo, pero el caso es que ha acabado subiéndose a la mesa, sentándose, y mirándome. Sus ojos decían: este insecto es inocente y no me lo voy a comer. Con Sócrates decidido a no luchar, la abeja ha tenido tiempo de mirar a su alrededor, analizar la situación y, efectivamente, encontrar la ventana.

Mi preciosa canción seguía sonando, pues el reproductor estaba programado para repetir la misma pieza una y otra vez. Decía:

El cariño que te tengo
no te lo puedo negar
se me sale la babita
yo no lo puedo evitar


Y con estos versos sonando a todo trapo, la ventana abierta y Sócrates tranquilo, esta mañana he visto como un insecto alzaba su vuelo sobre los edificios de Pamplona. Adiós señora abeja, le he gritado. La próxima vez guardaré al gato. Aunque si os soy sincero, no creo que vuelva, pero le agradezco la visita. Pues esta mañana estaba cansado y sin ganas de nada.

 

El atracador

Escrito el 16 de febrero del 2011:

Hoy es uno de esos días en los que me dedico a observar a Sócrates, el gato que vive conmigo. Será, tal vez, porque este es un ejercicio muy relajante y que me ayuda a que los pensamientos fluyan mejor. Ahora es tarde, mientras escribo estas líneas, y pronto llegará la media noche, y hoy ha sido un día bastante agotador. En principio ha sido agotador porque he dormido mal. Esta mañana me he levantado con dolor de cabeza y lo he sabido. Hoy va a ser un día agotador. Luego ha resultado que, efectivamente, el cansancio ha sido el gran protagonista del día, pero que aún así, lo he combatido con avidez y valentía, tanto que al final la jornada ha resultado productiva y todo. He estado en clase, he ido a una charla sobre el arte en la segunda mitad del siglo XX en la Universidad de Navarra, he comido fuera de casa, luego he vuelto a clase y finalmente he llegado a casa con la intención de relajar la mente. Así que escribiré algunas lineas, que eso siempre me motiva, me humaniza y hace que me sienta bien. Hoy voy a hablar de mi última aventura. Y en esta ocasión si que puedo decir, quizá por primera vez, que fue una aventura en su mas puro significado.

El domingo pasado intentaron atracarme. Fue una situación en la que tuve que hacer uso de todo mi ingenio y templanza y en la que, al final, mis méritos y la fortuna hicieron que saliera airoso.
Cuando era pequeño tenía una idea muy estereotipada de lo que era un atraco, debido a las películas y a los cuentos. Pensaba que en un atraco alguien te apuntaba con un arma, preferiblemente una pistola, y te decía, la bolsa o la vida. Y entonces, la víctima, a nada que tuviera suficiente valentía y destreza, podía hacerse con el arma del asaltante en un descuido y hacer que la situación cambiara de tornas. Mas tarde, en el instituto, descubrí que la cosa no era así. Pamplona es una ciudad en la que hay un buen nivel de vida. Y yo fui a uno de los mejores institutos públicos de la ciudad. Rara vez, por no decir nunca, iba a los lugares mas humildes de Pamplona, por decirlo de alguna forma, y no me juntaba con gente muy distinta a mí, mas que con mis compañeros de clase. Aún así, mis amigos y yo fuimos intimidados en un par de ocasiones por gitanos. Eran, efectivamente, gitanos, y con esto no quiero decir nada mas que eso, que eran gitanos. También tuve, debo decir, algunos buenos amigos gitanos. Pero los que venían a pedirme la paga no eran precisamente amigos. Normalmente nos superaban en edad y rara vez nos enseñaban arma alguna, sino que nos dejaban intuir que llevaban alguna encima. Esto me ocurrió durante los primeros años del instituto, digamos que con doce, trece, catorce años. Después supongo que crecí y ya no se atrevieron a pedirme el dinero tan alegremente.
El caso es que el otro día, el domingo, andaba yo volviendo a casa cuando decidí pararme en unas máquinas de comida y refrescos. Serían las diez y media de la noche y la verdad es que no había mucha gente por la calle. Saqué una bolsa de patatas pequeñita, para picar cuando llegara a casa, pues ya había cenado. Entonces alguien gritó algo y yo me giré. Vi a una persona desde la lejanía que caminaba a paso rápido hacia mí. No entendí lo que me había gritado y le miré con cara de circunstancias, pues no sabía si se había dirigido a mí o tal vez a algún otro individuo del que yo no hubiera llegado a percibir su presencia. Una vez estuvo mas cerca, volvió a gritar y esta vez si que entendí lo que dijo. Dijo:

-Vamos a por farlopa, primo.

Miré a mis espaldas pensando que había alguien detrás de mí, y que el chico que quería ir a por farlopa no me estaba hablando. Pero no. No había nadie mas. El chico llego hasta mí, y creo que a parte de su sexo, no daré mas detalles sobre él. Me cogió fuertemente del brazo y siguió andando. Debo decir que me costó reaccionar y asimilar la situación. Lo primero que hice, seguramente motivado por un acto reflejo, fue zafarme. Lo aparte de mí. Entonces, una vez tuve a esta persona de frente, caí en la cuenta de que se trataba de un atraco. No me cupo la menor duda.

-Vente conmigo a por farlopa -repitió.

-Yo contigo no voy a ningún sitio -dije yo.

En esta ocasión no estuve motivado por un acto reflejo, sino por una idea bastante sólida. Si iban a agredirme o a hacerme cualquier cosa, mejor que me lo hicieran en la calle.
Al margen de todo esto, mis pulsaciones ya se habían disparado. Supe, en ese momento, que la imagen y el lenguaje corporal que yo fuera a usar iba a ser decisivo en mi destino mas próximo. Así que, para evitar mostrar ninguna debilidad, apreté los dientes y me puse serio. Intenté pues no mostrar el miedo que poco a poco iba recorriéndome el cuerpo. Como digo, tengo una poca experiencia en estos temas y sabía perfectamente lo que iba a pasar a continuación. El tipo iba a amenazarme y a exigirme, sino los contenidos de mis bolsillos, todo el dinero que llevara encima. Optó por lo segundo.

-Está bien -dijo- entonces dame todo el dinero que lleves.

-¿Vas a pegarme? -pregunté yo motivado por la violencia de la situación, con ganas de dejar claras las opciones.

-Sí -dijo él- voy a meterte cuatro hostias bien dadas.

Yo no soy, en ningún caso, una persona violenta. Jamás agrediría a nadie por ningún motivo. Siempre he pensado que en una situación desesperada, me defendería. Pero en cualquier caso, no serviría de nada, porque soy un enclenque. Barajé la posibilidad de salir corriendo, pero un puntito de orgullo en el fondo de mi corazón me lo impidió. Así que como no tenía ningún interés en recibir golpes, dije para retrasar ese momento:

-¿Para que quieres mi dinero? ¿Para droga?

-Sí -me contestó. 

Y entonces fue cuando me di cuenta de que mi destino estaba resuelto y de que, independientemente de lo que fuera a pasarme, yo no iba a darle dinero a mi atracador, a no ser que este sacara un arma. Para empezar, considero que es incorrecto responder a este tipo de amenazas. Pero no solo eso, jamás dejaría que mi dinero acabara en manos de un camello u otro suministrador de estupefacientes. Me he prometido a mi mismo que siempre rechazaré las drogas y que lucharé, hoy por hoy, por su desaparición. Este es un debate que dejo para después o para otra ocasión, pues da para rato. Volviendo al tema, decidí que tenía que intentar retrasar el momento en el que yo recibiera golpes lo máximo posible. Y comencé a andar. Todo lo que hice estaba orientado a retrasar la pelea y a mostrar a mi atracador que no tenía miedo. Esto último era algo totalmente falso, pero por intentarlo que no quedase. Así que anduve, como si no pasara nada, como si tuviera que seguir con mi viaje a casa. El encontronazo había ocurrido en una plaza trasera peatonal, así que me encaminé hacia una avenida normalmente transitada.

-La verdad es que tengo bastante suerte -le dije- porque solo llevo cuatro euros y medio, tal vez cinco, en el bolsillo.

No se si ese comentario fue muy acertado. El atracador, que comenzó a seguirme mientras yo andaba, dijo con interés.

-¿Estás solo?

-Sí -le dije. Porque era la verdad y si le hubiera mentido, enseguida se habría dado cuenta de que lo hacía, porque no había nadie mas en los alrededores, y porque bajo presión se miente muy mal. Y si se daba cuenta de que le había mentido, sabría que yo tenía miedo y además encontraría motivos para zanjar el asunto tal y como se había planteado en un principio. A golpes. Así que dije la verdad. El intentó desviarme hacia el entresijo de plazas y calles traseras de la zona pero yo me mantuve firme en mi dirección, zafándome cada vez que me cogía del brazo y tiraba de mí.

-Estoy seguro de que tienes mas de cinco euros en el bolsillo -me dijo- saca la cartera y demuéstralo.

Ese era un viejo truco al que ya me había enfrentado. Si sacas la cartera estás perdido. Cualquiera se daría cuenta.

-Si saco la cartera la cogerás y saldrás corriendo.

-No, confía en mí, solo quiero que me demuestres que no me estás mintiendo.

-No necesito demostrarte nada. Mira, si quieres drogas, has de saber que no pienso darte nada. Yo me he distanciado de muchos amigos míos por culpa de las drogas, y aunque nunca las he consumido, me han causado algún que otro sufrimiento. Créeme cuando te digo que si te doy dinero ahora para que te compres farlopa, esta noche no dormiré.

La verdad es que me sinceré completamente con él. En parte movido por la tensión. Todo el mundo sabe que bajo presión es muy difícil mentir y las verdades salen solas. Igual daba, porque yo no tenía nada que ocultar. Así que no le mentí en nada. Todo lo que le dije era verdad. Que no tenía ningún interés en darle mi dinero, que solo llevaba cuatro euros y medio en el bolsillo, etc. Me amenazó por ultima vez.

-No quiero pegarte porque pareces buena persona -me dijo- pero si no me das tu dinero lo haré -entonces cerro el puño y, doblando el codo, me apuntó con él- te pegaré en la cara muy fuerte y te caerás al suelo.

No respondí. Tenía un nudo en la garganta y en el estómago. Tenía miedo. No sabía que iba a pasar. Yo nunca he tenido una pelea y nunca me han pegado. Pensé que la primera vez estaba a punto de llegar.

-¿Qué pasa? -me dijo- ¿No te crees lo de que te caerás al suelo?

-Sí -contesté con una voz grave y con unas palabras que aún no se de que parte de mi mente salieron- me lo creo. Si me pegas en la cara con la suficiente fuerza, lo mas posible es que me caiga al suelo. Ya se como funcionan las peleas. Lo siento, pero aun así no puedo darte nada.

Y entonces puse mi mano suavemente sobre su puño. Esperando, al menos, poder entorpecer la trayectoria del puñetazo. Pero no me pegó. Me pidió que lo mirara a los ojos. Yo lo hice. Me dijo su nombre. Yo le dije el mío.

-Necesito tu dinero, estoy enganchado, de verdad que lo necesito. Dame tu dinero para salvarme la vida.

-Si te doy mi dinero no te salvaré la vida, te pagaré la próxima satisfacción.

-Tu no lo entiendes -replicó.

-Ya te he dicho que aunque nunca he tomado drogas, se como funcionan. Me hago una idea de lo que sientes, pero aún así no puedo darte nada. Se que tu estás convencido de que la única forma de ayudarte es darte dinero, pero no. Si quiero ayudarte tengo que hacer precisamente lo contrario.

Paso tras paso, llegamos finalmente a la avenida. Había gente andando por la acera y muchos coches circulando por el asfalto. Me consideré bastante a salvo. Al menos ahí, la duración de una pelea sería corta, y el atracador, si es que se atrevía a pegarme no tendría mucho tiempo para repartir golpes. De todas formas, el atraco ya no era un atraco. Ahora era un dialogo en el que un chico con el mono intentaba convencerme para que le diera dinero. Sentí verdadera compasión.
No se que habría pasado si la situación se hubiera alargado mas. Tal vez aquel tipo habría acabado pegándome, o quien sabe, tal vez yo habría acabado cediendo a sus argumentos y a sus amenazas. Imposible saberlo. Un coche invadió la acera y se paró frente a nosotros. Se bajaron dos hombres enormes y nos mostraron sendas placas de policía. Aquello había acabado y solté un suspiro de alivio. Ese día no tuve mi primer contacto con la violencia. Los policías me ignoraron y le pidieron la documentación a mi atracador. Éste, aún mientras los policías le hablaban, siguió insistiéndome en que le diera mi dinero.

-Por favor -me dijo por última vez- tu no lo entiendes. Te creo en lo de que solo llevas cinco euros. Dámelos, por favor. Por favor. Sálvame.

No pude responder. Le miré lleno de pena. Tenía ganas de llorar, no os mentiré. Uno de los dos policías se interpuso entre mi atracador y yo y me preguntó si yo tenía alguna relación con él. Le dije que no, que lo acababa de conocer, y entonces me pidió que me fuera de allí. Obedecí. Una vez me hube alejado lo suficiente como para que los policías no pudieran verme, me oculté tras una esquina e intenté observar desde la lejanía. Pude ver como el atracador se negaba a sacar la documentación, y como los policías lo reducían, y tras pegarle la mejilla contra una de las ventanas del coche, lo esposaban.

Yo aún llevaba la bolsa de patatas en la mano. La tiré a un contenedor y después no pude evitar pegarle un par de patadas a una pared. Me sentía muy mal, por varios motivos. Me sentí mal porque la noche del domingo se me demostró, una vez mas, lo que pueden hacer las drogas. Cuando llegué a casa arrojé los cuatro euros con sesenta y cinco céntimos sobre la cama y pensé: todo por esta mierda.


Arguedas y la pinturitas

El sábado estuve en un pueblo de la ribera Navarra llamado Arguedas donde se celebró la primera edición del Riber Rock, un festival de grupos locales (no he encontrado la página del festival por internet, lo siento). Arguedas es un pueblecito de unos dos mil cuatrocientos habitantes, que no está nada mal. Las casas son grandes y bastas, con separaciones y diferentes alturas en sus tejados. Algunas tienen bonitos aleros y otras no. Las calles anchas y la forma de las casas hace que se conforme un paisaje rural bastante castellano. A mí siempre me impresiona Navarra, porque es una comunidad repleta de culturas diferentes y de diferentes paisajes, según te muevas por el norte, el sur, la zona media, los pirineos, etc. Arguedas, por ejemplo, es limítrofe con el desierto de las Bardenas Reales y eso hace que el pueblo tenga un paisaje muy interesante y bonito a mi parecer. Se pueden ver bastas explanadas repletas de matojos secos y algún cultivo de secano. Y también formaciones de barrancos. A un lado del pueblo hay unas rocas enormes con un color muy llamativo. Amarillento. Debajo de estás enormes rocas se sitúa el pueblo. A mí personalmente, me da la sensación de que Clint Eastwood va a aparecer trotando desde la llanura en cualquier momento. Será que he visto demasiado western de los setenta. Lo pasé bien en Arguedas y en el festival, en el que tuvieron algunos problemillas. Seguro que el año que viene les va mejor.

Quería hablar de la pinturitas, una mujer que vive en Arguedas. Cuando me baje del autobús, vi un mural de pinturas. Pero con la oscuridad de la noche y las prisas no le presté mucha atención. Fue al irme de allí, al día siguiente, con la mochila a la espalda, cuando vi la enorme pared repleta de dibujos. Hay toques abstractos y vanguardistas, pero en general se pueden percibir allí numerosas formas de animales y personas. Y sobre todo muchísimo colorido. Impresionante y muy bonita obra de arte. La pinturitas, una mujer menuda con un gorro negro, apodada así por algunos pueblerinos sin sensibilidad artística y sin mucha humanidad, pintaba con un pincel y un bote de pintura roja. Mikel y yo la mirábamos, desde el otro lado de la carretera, algo atónitos. Notó nuestra presencia, se dio la vuelta y comenzó a gritarnos cosas que no llegamos a entender, pues hablaba muy rápido y los coches no cesaban de pasar entre nosotros. El muro estaba repleto de pinturas. Había ojos que nos miraban y nos asustaban un poco. Había manos y pies que emergían de diferentes figuras. Había animales agazapados. Había textos, escudos y conocidos iconos. El dibujo me envolvía. No solo por su enorme tamaño, también por su cantidad de formas y colores. Me daba la sensación, ciertamente, de estar perdido en la locura. Así que la pinturitas siguió gritándonos un rato mientras esperábamos al autobús de vuelta a casa. Javier, un hombre del pueblo que se nos acercó para tranquilizarnos, nos explicó que ciertamente la mujer padecía de una enfermedad metal y estuvo contándonos algunos detalles de su vida privada. Me llamó la atención la indiferencia con la que Javier nos hablaba de la mujer y lo poco que parecía importarle el mural. A mí en cambio, me tenía maravillado. Es curiosa, a veces, la forma que tienen algunos pueblos pequeños de valorar sus bienes. Si yo formara parte del ayuntamiento de Arguedas, daría a conocer este fantástico mural e incitaría a la gente para que viniera a visitarlo, porque es una enorme obra de arte. Si alguna vez pasáis por allí, os recomiendo que toméis un pequeño desvío. Arguedas está a unos pocos kilómetros al norte de Tudela. El mural puede verse perfectamente desde la carretera que atraviesa el pueblo y está rodeado de amplias zonas en las que dejar el coche. Nadie que lo visite se arrepentirá.

Ir de compras con mamá

El otro día fui de compras con mi madre. Yo creo que en alguien como yo, hacer algo así debe ser como una especie de suicidio emocional. Pero a veces no hay escapatoria, las madres pueden ser implacables. Yo lo se. Así que fui con ella al centro comercial y debo reconocer que ir de compras con mi madre es todo un reto personal. Uno debe ser frío y decidido, pero sobretodo hace falta mucha fortaleza espiritual.
El entorno de las tiendas de ropa se me antoja bastante extraño. Es territorio desconocido y, en términos generales, podría decir que no me gusta. Aunque tal vez no lo comprenda y de ahí mi aversión. Entras por una puerta muy grande y dentro hay mucho espacio. Y aire acondicionado por doquier. Es curioso esto de la moda juvenil. El noventa por ciento de la ropa me parece simplemente fea. Fea con un par. Ortera y cutre. Una de las cosas que no me gustan, por ejemplo, son los vaqueros rotos. Se venden vaqueros rotos a un precio normal. Quiero decir, normal si no estuvieran rotos. ¿No es absurdo? ¿Por qué comprar algo así? ¡Pero si ya esta roto!

Con mi madre se lo que hay que hacer. Hay que evitar la discusión. Es algo primordial. Cuando me enseña una de esas camisetas horribles multicolor, con letras de grafiti y descosidos, respondo únicamente: no. Y nada mas. Es duro, es duro, pero no hay elección.
El otro día mi madre me dejo un poco de tiempo libre mientras ella miraba otras prendas, así que estuve observando un poco, pero sin ningún ánimo de crítica. Solo buscaba entretenerme, así que me dediqué a acariciar todas las prendas que veía. ¿En qué otra ocasión uno puede acariciar textiles suaves gratis? Camisetas de algodón... Chaquetas americanas... Vaqueros desteñidos. Casi todas las cosas no me entraban por lo ojos, pero me di cuenta de que con el tacto era diferente. Deslicé mi mano por todos aquellos textiles, con mucha suavidad. ¿Qué tacto tendrá esta blusa? ¿Qué tacto tendrá este gorro de lana? Y así fui matando un poco el rato. Luego me llamó la atención el papel que ponen dentro de las camisas para que no parezcan flácidas y aplastadas. Era divertido golpear las camisas y hacer sonar el papel maché que llevaban dentro. Sí, también estuve un rato golpeando camisas. Otro juego al que se puede jugar en una tienda de ropa es intentar adivinar los precios, claro. También estuve un rato haciéndolo. Vi una corbata de cincuenta y seis euros y polos negros por sesenta euros. Que un trozo de tela valga tanto es algo que tampoco entiendo, y si de verdad estás pagando la calidad, no lo se.

Así que nada. Los tipos como yo lo tenemos difícil con la ropa. Pero no porque todos sean un poco tontines como yo. No me refiero a eso. La cosa es que la gente guapa no debería tener el problema de que ponerse. Sí, bueno, seguro que ellos eligen cosas que les gusten y tal. Vale. Pero una persona guapa va a seguir luciendo interesante se ponga lo que se ponga. A ver si me explico. Yo veo una camiseta que me gusta, me la pruebo, compruebo que no me queda bien y la dejo. Con la gente guapa no puede pasar eso. Yo conozco a gente guapa y no hay nada que les quede mal. Tal vez será que con los días voy apreciando un poco la belleza humana. En mi adolescencia la veía con un poco de rencor, pero creo que ya no. Mirad los anuncios que hay en las tiendas de ropa. Los grandes carteles con modelos de cuerpos esculpidos. Ahí teneis una verdad oculta. Esos carteles se usan para vendernos una imagen genial y muy sexual, para que creamos que con la ropa vamos a ser así. Bien, ya he oido eso muchas veces y estoy de acuerdo. Pero yo creo que en esos carteles se esconde una verdad mas oculta. La gente guapa es agradable a la vista se ponga lo que se ponga. Seguro que ejercen su personalidad con la ropa y tal, como hablé en aquella entrada. Pero lo que esos enormes carteles me dicen es: no es la prenda, es la persona.

En fin, no le demos muchas vueltas, solo es una pequeña reflexión que tengo yo cuando pienso en la gente guapa que conozco.

El suicidio de Mariano José de Larra

El suicidio de Mariano José de Larra

El trece de febrero de 1837, alguien que ahora ocupa un huequito muy importante entre mi pensamiento, murió. Decidió pues quitarse la vida con un tiro. Cogió una pistola, se apuntó a la sien derecha y se voló la tapa de los sesos. ¡Pum! No se muy bien como debió resultar la escena, aunque yo siempre me la imagino grotesca y llena de sangre. ¡Pum! En la pared, junto con la bala incrustada, trocitos de cráneo y cerebro. Y sangre por todo, claro. Y el cuerpo desgraciado de Mariano José de Larra descansando sobre un sillón orejero, con los brazos colgando por fuera, un batín elegante de andar por casa y todo teñido de rojo. Así es como yo me lo imagino.

Me atrevería a decir que en ese momento, no se atisbó ni un ápice de la claridad que derrochaban sus artículos. De la mente amueblada en la que muchos creerían. Supongo que mas bien, ese momento debió llevar mucho de enajenación, poca reflexión y en definitiva, una gran dosis de estupidez. Entre otras cosas, porque fue su hija de seis años quien halló la grotesca escena. Tiempo antes había recibido una visita de su amada, de la que poco se y poco quiero saber. La mujer se presentó en casa de Larra solo para pedirle algunos papeles y para despedirse. Yo no se ciertamente como debió ser esta mujer, pero no puedo evitar imaginarme a un monstruo cada vez que pienso en ella. Larra, quien es en este tiempo mi amigo únicamente por mi parte, pues desconozco si el me conoce a mí, amaba a esta mujer con locura. Y locura precisamente debe ser la palabra mas acertada para describir ese amor, por la escena que se sucedió después mas que nada. Así que si él amó a esta persona, tal vez yo habría hecho lo mismo de conocerla personalmente. A ella se la tragó el mar meses después, lo que tal vez podría entenderse como una venganza romántica. Porque si algo sabe hacer el mar, es ser azul y tragarse a la gente.

Larra murió, efectivamente. Cometió un gran error al quitarse la vida a los veinte siete años, tampoco hay duda de eso. Hoy, si visitáis Madrid como yo lo he hecho, podréis ver un pequeño busto del escritor, situado frente al palacio real. Allí, con esa mirada pétrea, metálica y fría que caracteriza a las estatuas, encontrareis al suicida. Mirará, si os acercáis lo suficiente, hacia el infinito. Y su semblante será pues el de un muerto. El de un joven con las ilusiones truncadas. El de un cobarde, dirán algunos. El de un ser amado. El de un drama, al fin y al cabo.

Foto: Dani (izquierda) y yo (derecha) posando junto al busto de Larra. Tomada por Elena.

Edificio Singular

Edificio Singular

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Desde que era pequeño, siempre miro al edificio Singular con atracción y curiosidad. Es el edificio mas alto de Navarra, con 70 metros de altura. En Pamplona, está situado en un punto bastante céntrico, término que no tiene mucho sentido en una ciudad como Pamplona, ya que aquí casi todo es céntrico. Ya hablé una vez de que me gustan las azoteas de los edificios, porque simplemente me gustan los sitios altos. Tal vez por la tranquilidad que suele reinar en las alturas, la paz y las vistas. También el frescor del aire y la cercanía del cielo. Los sitios altos deben ser ideales para la vida contemplativa, me gustaría por eso mismo, poder visitar alguna vez el Tibet y algún monasterio budista, de esos "de las nubes". Así que ayer, gracias a la amabilidad de un amigo, Alba y yo subimos a lo alto del edificio Singular y me impresionó. Es difícil, o mas bien extraño, ver Pamplona desde arriba. Parecen, los elementos cotidianos, otros totalmente distintos y al mismo tiempo, de toda la vida. Qué bien se ve todo desde las alturas. Primero miramos hacia el sur, y vimos a lo lejos el monte del Perdón, la ciudadela a nuestros pies, el barrio de Iturrama. Girándonos un poco hacia el suroeste, vimos Barañain, y mas allí, Zizur. Y el barrio de Sanjuan. Y que raro y a la vez impresionante ver la Avenida Baiona con esta perspectiva. Y hacia el oeste, la taconera a nuestros pies. Se ve mejor en invierno, cuando los árboles no tienen tantas hojas, nos comentó nuestro guía. Y hacia el Norte, el Ezkaba. Y del casco viejo, solo los tejados, viejos pero novedosos para nuestros ojos. Apretados y pequeños. Enjutos.
Creo que mi casa debería ser así. Podría pasar horas y horas allí, pero el acceso está restringido, cosa bastante comprensible y bastante puñetera para mí. Nuestro guía nos explicó que es magnífico ver una tormenta desde allí arriba. Por no hablar de las nevadas invernales. Como ya dije una vez, un buen libro, mucha cocacola y poco en que pensar. Ideal para pasarse la vida en una azotea.

Foto: ciudadela, edificio Singular y Ezkaba. ¡Yo mismo saqué esa foto!

La higa de Monreal

La higa de Monreal

¡Hola amigos! Siento no haber escrito ultimamente. No lo he hecho por ninguna razón en especial, simplemente me he tomado un descanso. Estos días he tenido algunas ideas para escribir, pero no han cuajado bien y no me ha apetecido plasmarlas. Qué se le va a hacer. De momento, hoy os traigo mi última aventura.
El viernes, mi amigo Gonxal comunicó que tenía que subir a la Higa de Monreal para realizar un control de aves. Sonó interesante y me apunté para hacerle compañía junto con Íñigo. La Higa es el monte mas alto de los alrededores, situado al sur de la cuenca de Pamplona, con una altura de 1295 metros. El sabado madrugué, me preparé un almuerzo y salí. El padre de Gonxal nos llevó a los tres hasta lo alto del monte. Desde allí vi los pirineos y toda la cuenca de Pamplona. Pasamos un buen rato observando las vistas y comentando las aves que iban y venían, o simplemente andaban por allí. Vimos pinzones, aviones roqueros, un cuervo, algún mirlo real, muchísimos buitres... Y de vuelta, vimos en una laguna una garza, y muchos patos entre los que había uno completamente negro, cosa extraña. ¿Sabeis que los cuervos realizan una especie de piruetas en su vuelo a modo de exivición? Hacen una especie de picados verticales y descienden un par de metros una y otra vez. Algo muy interesante de ver.
Hubo un momento de emoción en el que creímos ver un águila real, pero no lo era. También quería comentar que mi cabeza se despejo muchísimo con el descenso de presión y por unos minutos me olvidé de las jaquecas que me acosan ultimamente. No tengo mucho mas que decir. La higa de Monreal, recomendadísima visita, aunque supongo que si no vas con ornitólogos, no es lo mismo.
Decir que la foto fue tomada por Íñigo y no fue ni mucho menos espontánea. Gonxal sacó muy buenas fotos, como acostumbra. Le pediré que me deje enseñar alguna.

Aviso: Las dos proximas entradas correran a cargo de Íñigo y de Mikel, mientras me van volviendo las ideas.

Época

Época

Pasamos por Conde Oliveto y la plaza Príncipe de Viana y alguien dice, aquí antes estaba la estación del Plazaola. La antigua estación de tren. El Plazaola unía San Sebastián con Pamplona. Creado inicialmente para el transporte de material, pero también llevó viajeros. Dejó de ser rentable, si es que alguna vez llegó a serlo. Y en 1953 unas riadas destrulleron gran parte de su estructura. Y adiós al Plazaola, ahora hay una pista para hacer senderismo. No se si todo lo que antes era la antigua vía ahora es una pista para caminar, o solo algunos tramos. Se que Irurtzun es un buen punto de partida, la pista pasa cerquísima y si echas a andar, aún verás algunos tramos de vías que se conservan. Piezas de museo.
Así que pasamos por Conde Oliveto y resulta que allí había una estación de tren. Quien lo diría. Pues me habría gustado verlo, con toda esa gente elegante cogiendo el tren. Señoras con vestidos, hombres con chistera y bastón. Todos muy correctos, saludándose formalmente. Y allí podría haber estado yo, mi yo de época. Llevaría un traje negro, con una de esas camisas de cuello alto alto estrujándome el cuello. Una corbata ancha y un bigote repeinado. Y un bastón con sable dentro.
Caminando caminando, llegamos hasta la exposición del recientemente reconstruido palacio del condestable para encontrar mas época. En el primero piso, fotografías de la postguerra, familias y demás. Y en el segundo, una exposición de las pertenencias de Pablo Sarasate. Impresionantes partituras llenas de semifusas, sus discos de vinilo, bastones, condecoraciones y postales que él mismo envió. También cuadros y fotografías. De recomendadísima visita.
Pablo Sarasate salía a su balcón del hotel La Perla una vez durante cada Sanfermín. Allí tocaba una pieza de violín ante las dos mil personas que se congregaban atentas en la plaza del castillo. Dicen que el silencio de la multitud era sepulcral y que el violín se oía desde el otro extremo de la plaza. Y cuando la pieza acababa, los vítores. El balcón está en el cuarto piso del hotel, está en la fachada que da a la plaza y es exactamente el balcón que queda en medio. De vuelta a casa me fijé en el balcón y sentí un escalofrío. Qué cercana está a veces la historia.
Y si os pasaís por el cementerio, vereis su mausoleo, enorme y ostentoso. ¿Quién querría estar enterrado en un sitio así?

La foto ha sido extraída de:

http://www.cfnavarra.es/centenarioSarasate/es/biografia/navarra_pamplona_sanfermin.asp

Donde encontraréis mas información sobre la relación del violinista con mi ciudad.

Los cinco euros del abuelo

Los cinco euros del abuelo

 

El sábado mi abuelo me dio cinco euros. Se acercó y me dijo: "¿No estabas ahorrando? Toma una ayudita, anda". Le di las gracias y me guardé los cinco euros en la cartera. Cuando lo hice, mi abuelo me miró y me dijo entre risas "No disimules, seguro que te los gastas este fin de semana". La verdad es que me encogí de hombros. Sí, era probable que los acabara gastando, al fin y al cabo, ya no estaba de exámenes. Me planteé, y solo me planteé, intentar conservar los cinco euros.
La tarde del sábado pasó bastante divertida, en parte gracias a que mi amigo Elías había vuelto de Salamanca para pasar el fin de semana en Pamplona. Y luego la noche, donde es muy fácil pasárselo bien aquí. Vi a mucha gente y hablé de muchas cosas, pero todo eso no viene al caso. Cuando acabó la noche eché un vistazo a la cartera, y allí estaban, los cinco euros del abuelo.

Al día siguiente me levanté tarde y creo que fue el primer descanso en condiciones desde el fin de exámenes. Satisfecho por no haber tenido ningún sueño preocupante ni nada por el estilo, me di una buena ducha y planeé una larga tarde de no hacer nada. Y así fue, hasta después de la cena. Mi hermana me llamó para comunicarme que iba hacia el Toki Leza, un bar de toda la vida, de la calle Calderería. En concreto, el Toki Leza es uno de mis bares preferidos, ya he hablado de él alguna otra vez. Casi toda la música que allí ponen se identifica con mis gustos, por no hablar de que el domingo por la noche hacen lo que se llama una open jam en acústico, y músicos cantautores suben a un pequeño escenario improvisado a cantar sus propias obras o alguna que otra conocida versión. Generalmente de Bob Dylan, o los Beatles, por poner algún ejemplo, pero también algún que otro clásico del blues. Siendo domingo y habiendo open jam, como he dicho, no pude decir que no y me encaminé hacia allí.

Debo decir que por el camino me encantó la imagen que toma la ciudad a esas horas. Bueno, los domingos a esas horas. Serían las once y media o así y no había absolutamente nadie por la calle. La verdad es que me parecieron preciosas las calles de Pamplona vacías. Ni siquiera pasaban coches. Me encantan las multitudes, las ciudades multitudinarias donde el gentío participa del encanto de la ciudad. Pero pocas veces uno tiene la ocasión de ver sitios que acostumbra a ver llenos, completamente vacíos. Y se percibe mejor cada detalle, la luz anaranjada de las farolas ofrece un resplandor hermoso en las paredes,  y el suelo brilla gracias a esta luz y al agua de la lluvia. Los propios pasos retumban en cada esquina con un pequeño eco, y uno tiene la sensación de estar caminando entre el escenario de un sueño, esta vez un sueño bonito, donde la ciudad es entera para uno mismo.

De este marco casi hipnótico llegué al bar. Cuando llegué, me ofrecí a pagar una ronda. Saqué la cartera del bolsillo interior de la chupa y la abrí. Allí estaban, los cinco euros del abuelo. Vaya, al final no durarían. Me encogí de hombros, una ocasión es una ocasión. Me acerqué a la barra y pedí. Dos cañas. Fui a pagar, eché la mano hacia el billete y al cogerlo, descubrí que no había un billete en mi cartera, sino dos. Así, no había logrado conservar cinco euros, sino diez, y no me había dado cuenta hasta ese momento, ya que ambos billetes estaban superpuestos uno con otro. Pagué.
De vuelta en casa, guardé los cinco euros restantes en la cajita de ahorros.

En la foto de arriba podéis ver parte del interior del Toki. Allí se conserva, tal como muestra la foto, un pozo antiguo. Esto, junto con los acabados en madera, la piedra y las pinturas, da al lugar un toque muy rústico y acogedor. De aconsejada visita.

 

El sueño lúcido

El sueño lúcido

 

Es curioso esto de... del cansancio. Esto de dormir poco y mal. Recuerdo el comienzo de aquella película, El club de la lucha. Edward Norton padece de insomnio y cuenta como se deforma su conducta y su carácter. Dice que los días transcurren uno tras otro, lentamente, pero a la vez rápido en su sucesión. También dice que reina una especie de extrema apatía. Yo recuerdo la escena en la que está trabajando en su oficina y la luz de la maquina fotocopiadora va iluminando su cara de muerto.
Ayer por fin acabaron los exámenes y reconozco que nunca me había sentido tan cansado. Todos los días, sobre todo los últimos, he estado durmiendo poco y mal. Más poco y mal de lo normal. La mañana del viernes fue muy macabra. Amanecí con la almohada llena de sangre, me había mordido la lengua durante la noche, a causa de los nervios. Pero bueno, todo eso ya acabó, se acabaron los exámenes. Ayer por la noche estuve en un concierto de los Beat-Less, un grupo de Pamplona que toca versiones de los Beatles. Intento verlos siempre que tocan, porque lo hacen realmente bien, son muy buenos. Salté, canté, bebí y caí rendido sobre la cama. Me dormí en menos de un minuto y esta noche he tenido un sueño muy extraño. ¿Alguien sabe lo que es un sueño lúcido? Dicen que un sueño lúcido es un sueño en el que eres consciente de estar soñando y puedes aprovecharlo para hacerle preguntas a tu inconsciente. A mi me pasó algo así, solo que fue de todo menos lúcido. Al principio era un sueño normal, yo andaba por la calle cabizbajo y sonaba la conocida canción de Fools Garden. Amanecía y yo comenzaba a sentirme mareado, así que llamaba a la primera puerta que veía. Toc, toc. Abría una señora mayor y yo le contaba que estaba muy mareado. Me dejaba pasar. Iba al baño de su casa y entonces es cuando perdía la noción de si aquello era un sueño o era la realidad. Me llevaba las manos a la cabeza e intentaba concentrarme. "Vale, creo que es un sueño" decía y empezaba a mirar a mi alrededor. Todo era muy real, demasiado real. Entonces ya no me parecía un sueño y empezaba a sentirme muy angustiado. Me lavaba la cara con ansía, me frotaba los ojos y me miraba en el espejo. Allí estaba mi imagen, exactamente como la habría visto en un espejo de la vida real. No parecía un sueño pero lo era, y en algún lugar de... De mi yo del sueño, lo sabía. Así que me tiraba al suelo, cerraba los ojos con fuerza e intentaba despertar. Pataleaba, daba vueltas, gritaba. ¿Qué es real y qué no es real? Al final he despertado gritando en mi cama. Menuda pesadilla... Es que, no se si habré conseguido compartirlo, pero he sentido pánico en este sueño. No sabía si era real o no, ¿Entendéis la angustia que eso me generaba? No me había pasado algo así nunca, lo juro. Y jamás me había despertado gritando, igual que en las películas. Yo pensaba que eso solo pasaba en el cine.
Creo que uno de mis mayores miedos es el miedo a la locura. Volverse loco ha de ser horrible, y además, dicen que si te obsesionas con un temor, al final acabas sufriéndolo. Una persona obsesionada con el miedo a la locura creo que es propensa a ello. Bueno, hoy por hoy yo no estoy obsesionado, así que creo que estoy fuera de peligro.
Como decía, me he levantado, me he dado una ducha y he estado viendo llover por la ventana. Que pacífico es ver llover. Me he acordado de la canción del sueño y he estado escuchándola, hacía mucho que no la oía. Antes estaba en un anuncio de electrodomésticos. Me ha extrañado mucho identificarme con la letra. Es un poco psicodélica. Trata de un hombre que espera a que llegue alguien y mientras tanto, malgasta su tiempo.
El estribillo es este.

"I wonder how, I wonder why. Yesterday you told me about the blue blue sky, and all that I can see it’s just a Yellow Lemon tree". Me pregunto como, me pregunto porque. Ayer me hablaste del cielo azul y todo lo que veo es un limonero amarillo.

Antes no lo entendía, ahora creo que el limonero amarillo podría ser el sinsentido. En fin, en la vida, a veces me siento muy feliz, a veces muy triste y a veces normal. De entre la segunda y la tercera, no se cual es mejor... Que idiota, la tercera es mejor, solo que el aburrimiento puede hacer mella, ¡Pero todo mejora!

 

Encuentro nocturno

Acabo de llegar a casa. Por el camino he pasado por un jardincillo, muy cercano a mi portal, donde había un gato jugando con un árbol. Estaba arañando la corteza, ponía sus patitas sobre el tronco y descendía. También daba saltitos y vueltas sobre si mismo. Me ha entrado la curiosidad, quería saber si era un gato callejero o domestico. Es que me encanta tener controlados a los gatos callejeros, saber por donde andan y que cosas hacen. Antes, cuando vivía el gato negro del que tanto he hablado, ponía atención cuando iba por zonas por las que sabía que él podía estar. Un par de tardes en las que no tenía ganas de nada, ni nada que hacer, me las pasé sentado en rincones estratégicos para verlo pasar como una bala, desde debajo de un coche a otro ¡Zas, zas! Ah, pero el gato de hoy no era callejero. Para comprobarlo me he inclinado un poco desde una distancia prudente, mostrándole mi mano, moviendo los dedos y llamándolo con un seseo "psipsipsi". El gato se ha acercado con mucha prisa y poco cuidado. Era un gato gris atigrado con el pelaje muy brillante y bastante bien alimentado. Ha empezado a olisquearme la mano y en seguida se ha tomado confianzas conmigo. He deducido que se habría escapado de su casa. Los gatos domésticos, en principio, solo son "amigos" de sus dueños, quienes les dan de comer y juegan con ellos. Pero claro, la cosa cambia si el gato se escapa de casa. Supongo que entonces reconoce a cualquier humano como su igual, su congénere y se toma confianzas (según la educación que halla recibido) porque espera que un humano le ayude, a comer, o a lo que sea. Me ha dado un poco de pena el gato y he empezado a acariciarle el lomo y el cuello. Me ha dejado acariciarle durante treinta segundos, luego ha decidido que ya era suficiente y me ha pegado un mordisquito de advertencia. Simplemente ha abierto la boca y ha hecho como si me mordiera la mano, pero en realidad no me ha mordido, apenas ha hecho presión. He pensado rápidamente que podía hacer por el gato y he decidido que poca cosa, lo mas probable es que acabara volviendo a su casa por donde se ha ido.
He continuado con mi camino y el gato me ha seguido tímidamente. Cada vez que yo miraba hacia atrás, se paraba en seco o se escondía, como si no me estuviera siguiendo. Una vez en el portal, he abierto la puerta y he esperado un poco, no fuera que quisiera entrar. Quien sabe, tal vez reconocía en el portal la vía que había tomado para escapar. Pero el gato se ha quedado sentado en la acera, mirándome, sin aparentes ganas de entrar. Si vuelvo a verlo, intentaré hacerlo entrar al portal de nuevo, así el conserje se verá obligado a hacerse cargo de él para que lo recuperen sus dueños, que seguramente son vecinos míos.