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Paperback Writer

El atracador

Escrito el 16 de febrero del 2011:

Hoy es uno de esos días en los que me dedico a observar a Sócrates, el gato que vive conmigo. Será, tal vez, porque este es un ejercicio muy relajante y que me ayuda a que los pensamientos fluyan mejor. Ahora es tarde, mientras escribo estas líneas, y pronto llegará la media noche, y hoy ha sido un día bastante agotador. En principio ha sido agotador porque he dormido mal. Esta mañana me he levantado con dolor de cabeza y lo he sabido. Hoy va a ser un día agotador. Luego ha resultado que, efectivamente, el cansancio ha sido el gran protagonista del día, pero que aún así, lo he combatido con avidez y valentía, tanto que al final la jornada ha resultado productiva y todo. He estado en clase, he ido a una charla sobre el arte en la segunda mitad del siglo XX en la Universidad de Navarra, he comido fuera de casa, luego he vuelto a clase y finalmente he llegado a casa con la intención de relajar la mente. Así que escribiré algunas lineas, que eso siempre me motiva, me humaniza y hace que me sienta bien. Hoy voy a hablar de mi última aventura. Y en esta ocasión si que puedo decir, quizá por primera vez, que fue una aventura en su mas puro significado.

El domingo pasado intentaron atracarme. Fue una situación en la que tuve que hacer uso de todo mi ingenio y templanza y en la que, al final, mis méritos y la fortuna hicieron que saliera airoso.
Cuando era pequeño tenía una idea muy estereotipada de lo que era un atraco, debido a las películas y a los cuentos. Pensaba que en un atraco alguien te apuntaba con un arma, preferiblemente una pistola, y te decía, la bolsa o la vida. Y entonces, la víctima, a nada que tuviera suficiente valentía y destreza, podía hacerse con el arma del asaltante en un descuido y hacer que la situación cambiara de tornas. Mas tarde, en el instituto, descubrí que la cosa no era así. Pamplona es una ciudad en la que hay un buen nivel de vida. Y yo fui a uno de los mejores institutos públicos de la ciudad. Rara vez, por no decir nunca, iba a los lugares mas humildes de Pamplona, por decirlo de alguna forma, y no me juntaba con gente muy distinta a mí, mas que con mis compañeros de clase. Aún así, mis amigos y yo fuimos intimidados en un par de ocasiones por gitanos. Eran, efectivamente, gitanos, y con esto no quiero decir nada mas que eso, que eran gitanos. También tuve, debo decir, algunos buenos amigos gitanos. Pero los que venían a pedirme la paga no eran precisamente amigos. Normalmente nos superaban en edad y rara vez nos enseñaban arma alguna, sino que nos dejaban intuir que llevaban alguna encima. Esto me ocurrió durante los primeros años del instituto, digamos que con doce, trece, catorce años. Después supongo que crecí y ya no se atrevieron a pedirme el dinero tan alegremente.
El caso es que el otro día, el domingo, andaba yo volviendo a casa cuando decidí pararme en unas máquinas de comida y refrescos. Serían las diez y media de la noche y la verdad es que no había mucha gente por la calle. Saqué una bolsa de patatas pequeñita, para picar cuando llegara a casa, pues ya había cenado. Entonces alguien gritó algo y yo me giré. Vi a una persona desde la lejanía que caminaba a paso rápido hacia mí. No entendí lo que me había gritado y le miré con cara de circunstancias, pues no sabía si se había dirigido a mí o tal vez a algún otro individuo del que yo no hubiera llegado a percibir su presencia. Una vez estuvo mas cerca, volvió a gritar y esta vez si que entendí lo que dijo. Dijo:

-Vamos a por farlopa, primo.

Miré a mis espaldas pensando que había alguien detrás de mí, y que el chico que quería ir a por farlopa no me estaba hablando. Pero no. No había nadie mas. El chico llego hasta mí, y creo que a parte de su sexo, no daré mas detalles sobre él. Me cogió fuertemente del brazo y siguió andando. Debo decir que me costó reaccionar y asimilar la situación. Lo primero que hice, seguramente motivado por un acto reflejo, fue zafarme. Lo aparte de mí. Entonces, una vez tuve a esta persona de frente, caí en la cuenta de que se trataba de un atraco. No me cupo la menor duda.

-Vente conmigo a por farlopa -repitió.

-Yo contigo no voy a ningún sitio -dije yo.

En esta ocasión no estuve motivado por un acto reflejo, sino por una idea bastante sólida. Si iban a agredirme o a hacerme cualquier cosa, mejor que me lo hicieran en la calle.
Al margen de todo esto, mis pulsaciones ya se habían disparado. Supe, en ese momento, que la imagen y el lenguaje corporal que yo fuera a usar iba a ser decisivo en mi destino mas próximo. Así que, para evitar mostrar ninguna debilidad, apreté los dientes y me puse serio. Intenté pues no mostrar el miedo que poco a poco iba recorriéndome el cuerpo. Como digo, tengo una poca experiencia en estos temas y sabía perfectamente lo que iba a pasar a continuación. El tipo iba a amenazarme y a exigirme, sino los contenidos de mis bolsillos, todo el dinero que llevara encima. Optó por lo segundo.

-Está bien -dijo- entonces dame todo el dinero que lleves.

-¿Vas a pegarme? -pregunté yo motivado por la violencia de la situación, con ganas de dejar claras las opciones.

-Sí -dijo él- voy a meterte cuatro hostias bien dadas.

Yo no soy, en ningún caso, una persona violenta. Jamás agrediría a nadie por ningún motivo. Siempre he pensado que en una situación desesperada, me defendería. Pero en cualquier caso, no serviría de nada, porque soy un enclenque. Barajé la posibilidad de salir corriendo, pero un puntito de orgullo en el fondo de mi corazón me lo impidió. Así que como no tenía ningún interés en recibir golpes, dije para retrasar ese momento:

-¿Para que quieres mi dinero? ¿Para droga?

-Sí -me contestó. 

Y entonces fue cuando me di cuenta de que mi destino estaba resuelto y de que, independientemente de lo que fuera a pasarme, yo no iba a darle dinero a mi atracador, a no ser que este sacara un arma. Para empezar, considero que es incorrecto responder a este tipo de amenazas. Pero no solo eso, jamás dejaría que mi dinero acabara en manos de un camello u otro suministrador de estupefacientes. Me he prometido a mi mismo que siempre rechazaré las drogas y que lucharé, hoy por hoy, por su desaparición. Este es un debate que dejo para después o para otra ocasión, pues da para rato. Volviendo al tema, decidí que tenía que intentar retrasar el momento en el que yo recibiera golpes lo máximo posible. Y comencé a andar. Todo lo que hice estaba orientado a retrasar la pelea y a mostrar a mi atracador que no tenía miedo. Esto último era algo totalmente falso, pero por intentarlo que no quedase. Así que anduve, como si no pasara nada, como si tuviera que seguir con mi viaje a casa. El encontronazo había ocurrido en una plaza trasera peatonal, así que me encaminé hacia una avenida normalmente transitada.

-La verdad es que tengo bastante suerte -le dije- porque solo llevo cuatro euros y medio, tal vez cinco, en el bolsillo.

No se si ese comentario fue muy acertado. El atracador, que comenzó a seguirme mientras yo andaba, dijo con interés.

-¿Estás solo?

-Sí -le dije. Porque era la verdad y si le hubiera mentido, enseguida se habría dado cuenta de que lo hacía, porque no había nadie mas en los alrededores, y porque bajo presión se miente muy mal. Y si se daba cuenta de que le había mentido, sabría que yo tenía miedo y además encontraría motivos para zanjar el asunto tal y como se había planteado en un principio. A golpes. Así que dije la verdad. El intentó desviarme hacia el entresijo de plazas y calles traseras de la zona pero yo me mantuve firme en mi dirección, zafándome cada vez que me cogía del brazo y tiraba de mí.

-Estoy seguro de que tienes mas de cinco euros en el bolsillo -me dijo- saca la cartera y demuéstralo.

Ese era un viejo truco al que ya me había enfrentado. Si sacas la cartera estás perdido. Cualquiera se daría cuenta.

-Si saco la cartera la cogerás y saldrás corriendo.

-No, confía en mí, solo quiero que me demuestres que no me estás mintiendo.

-No necesito demostrarte nada. Mira, si quieres drogas, has de saber que no pienso darte nada. Yo me he distanciado de muchos amigos míos por culpa de las drogas, y aunque nunca las he consumido, me han causado algún que otro sufrimiento. Créeme cuando te digo que si te doy dinero ahora para que te compres farlopa, esta noche no dormiré.

La verdad es que me sinceré completamente con él. En parte movido por la tensión. Todo el mundo sabe que bajo presión es muy difícil mentir y las verdades salen solas. Igual daba, porque yo no tenía nada que ocultar. Así que no le mentí en nada. Todo lo que le dije era verdad. Que no tenía ningún interés en darle mi dinero, que solo llevaba cuatro euros y medio en el bolsillo, etc. Me amenazó por ultima vez.

-No quiero pegarte porque pareces buena persona -me dijo- pero si no me das tu dinero lo haré -entonces cerro el puño y, doblando el codo, me apuntó con él- te pegaré en la cara muy fuerte y te caerás al suelo.

No respondí. Tenía un nudo en la garganta y en el estómago. Tenía miedo. No sabía que iba a pasar. Yo nunca he tenido una pelea y nunca me han pegado. Pensé que la primera vez estaba a punto de llegar.

-¿Qué pasa? -me dijo- ¿No te crees lo de que te caerás al suelo?

-Sí -contesté con una voz grave y con unas palabras que aún no se de que parte de mi mente salieron- me lo creo. Si me pegas en la cara con la suficiente fuerza, lo mas posible es que me caiga al suelo. Ya se como funcionan las peleas. Lo siento, pero aun así no puedo darte nada.

Y entonces puse mi mano suavemente sobre su puño. Esperando, al menos, poder entorpecer la trayectoria del puñetazo. Pero no me pegó. Me pidió que lo mirara a los ojos. Yo lo hice. Me dijo su nombre. Yo le dije el mío.

-Necesito tu dinero, estoy enganchado, de verdad que lo necesito. Dame tu dinero para salvarme la vida.

-Si te doy mi dinero no te salvaré la vida, te pagaré la próxima satisfacción.

-Tu no lo entiendes -replicó.

-Ya te he dicho que aunque nunca he tomado drogas, se como funcionan. Me hago una idea de lo que sientes, pero aún así no puedo darte nada. Se que tu estás convencido de que la única forma de ayudarte es darte dinero, pero no. Si quiero ayudarte tengo que hacer precisamente lo contrario.

Paso tras paso, llegamos finalmente a la avenida. Había gente andando por la acera y muchos coches circulando por el asfalto. Me consideré bastante a salvo. Al menos ahí, la duración de una pelea sería corta, y el atracador, si es que se atrevía a pegarme no tendría mucho tiempo para repartir golpes. De todas formas, el atraco ya no era un atraco. Ahora era un dialogo en el que un chico con el mono intentaba convencerme para que le diera dinero. Sentí verdadera compasión.
No se que habría pasado si la situación se hubiera alargado mas. Tal vez aquel tipo habría acabado pegándome, o quien sabe, tal vez yo habría acabado cediendo a sus argumentos y a sus amenazas. Imposible saberlo. Un coche invadió la acera y se paró frente a nosotros. Se bajaron dos hombres enormes y nos mostraron sendas placas de policía. Aquello había acabado y solté un suspiro de alivio. Ese día no tuve mi primer contacto con la violencia. Los policías me ignoraron y le pidieron la documentación a mi atracador. Éste, aún mientras los policías le hablaban, siguió insistiéndome en que le diera mi dinero.

-Por favor -me dijo por última vez- tu no lo entiendes. Te creo en lo de que solo llevas cinco euros. Dámelos, por favor. Por favor. Sálvame.

No pude responder. Le miré lleno de pena. Tenía ganas de llorar, no os mentiré. Uno de los dos policías se interpuso entre mi atracador y yo y me preguntó si yo tenía alguna relación con él. Le dije que no, que lo acababa de conocer, y entonces me pidió que me fuera de allí. Obedecí. Una vez me hube alejado lo suficiente como para que los policías no pudieran verme, me oculté tras una esquina e intenté observar desde la lejanía. Pude ver como el atracador se negaba a sacar la documentación, y como los policías lo reducían, y tras pegarle la mejilla contra una de las ventanas del coche, lo esposaban.

Yo aún llevaba la bolsa de patatas en la mano. La tiré a un contenedor y después no pude evitar pegarle un par de patadas a una pared. Me sentía muy mal, por varios motivos. Me sentí mal porque la noche del domingo se me demostró, una vez mas, lo que pueden hacer las drogas. Cuando llegué a casa arrojé los cuatro euros con sesenta y cinco céntimos sobre la cama y pensé: todo por esta mierda.


6 comentarios

Garci -

Wow! Me ha sorprendido mucho mucho este post. La verdad es que pocas personas lo hubiesen solucionado con la palabra. Si así te sientes mejor, me parece muy correcto actuar asi. Actuaste bajo tus principios y eso es lo más importante. Pocas personas pueden decir eso.

izkue -

Sin palabras me dejas.

Ender -

Ojalá pudiéramos enmarcar ese comentario, Morgan. Es muy divertido, y me alegra ver que eres capaz de dominarte a ti mismo así.

morgan -

Realmente se puede solucionar todo sin violencia. Anoche en unas fiestas de Huarte iba yo todo happy repartiendo amor a todas las personas hasta que tope con una que no podía recibir ese tipo de frecuencias y me contestó con unos tortazos en la sien. Ese encontronazo en el instante lo tome como estadística pura y en el momento en el que el tipo quería controlar la situación impartiendo su dominación por medio de lo físico, hícele yo ver que él estaba por encima de mi (ilusoriamente, porque nadie estaba por encima de nadie) poniendo las manos como si estuviera rezando y pidiéndole perdón a saber por qué. En ese momento algo de mí me pedía venganza sangrienta, pero sabía perfectamente que sólo era satisfacer a mi ego y que nada de razón él tenía. Fue bastante cómico porque las cuatro veces o así que me propinó esos tortazos yo simulaba que me dolía mucho y que me hacía muy triste que alguien me pegara, xD, todo eso con una dosis excesiva de gesticulación basada en un estado algo embriagadillo. Total que al final lo que hice fue seguir mi recorrido fraudulento para seguir la fiesta en otra parte, allí donde sonaban los tambores. xD

DanL -

Por fin otra entrada xD. Me parece genial que puedas seguir fiel a tus principios en todo momento y que se solucionara sin viloencia física. Sigue así, :)

morgan -

Menuda situación te presento la vida, digna de ser contada. Tu actuación propia de un maestro.