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Paperback Writer

Un paseo con Gonxal

Un paseo con Gonxal

Gonxal y yo tenemos un símbolo que nos une. Es una foto del actor James Dean que tienen en el Café Cream, una cafetería mítica de Pamplona, en la Avenida Baiona. Hoy me he encontrado con él, con Gonxal, en el Out of Time y entre cervezas y cigarrillos, me ha contado que la foto ya está de nuevo colgada en la pared. El sitio ha cambiado de dueños y desde hace unos cuantos meses no habíamos estado por allí. Hace poco reabrieron el lugar y nos pasamos para tomar unos cafés y unos tés. Nos llevamos una ingrata sorpresa cuando vimos que nuestra querida fotografía no estaba, y que en su lugar, se mostraba la desolación de la pared fría y desnuda. Intranquilos y preocupados, fuimos a hablar con los camareros. Primero nos dijeron que la habían tirado a la basura, muy graciosos ellos. Luego resultó que no, que bromeaban. Y el dueño, al ver nuestro interés, nos llevó al almacen. Y allí estaba el bueno de James Dean, con su cigarrillo y su abrigo caminando sobre el suelo mojado de Manhattan.

Hoy le he comentado a Gonxal que tengo esa foto muy presente entre mis pensamientos. Sin ir mas lejos, el sábado pensé en la imagen. Fue de madrugada, hacia las cinco de la mañana. Llovía a cantaros y el alcohol se estaba desprendiendo de mí. Fue un momento en el que me sentí desolado porque el calor de la ebriedad me estaba dejando atrás y es entonces cuando uno se encuentra irremediablemente consigo mismo. Caminé bajo la lluvia por la zona de Carlos III, mientras la gente iba y venía, hablando a voces, felices, subiendo y bajando de los taxis, que a su vez conducían velozmente salpicando agua. Y es que los taxis son los auténticos protagonistas de la madrugada. En fin, que allí estaba yo, irremediablmente solo, incapaz de huir de mí mismo. Como James Dean en la fotografía solo que sin tanto carisma ni masculinidad. Acababa de sentir un pequeño desengaño amoroso, nada grave, solo un poco de rechazo e incertidumbre, como una molesta picadura de mosquito que llama la atención durante la noche, impidiendo levemente el descanso. Cuando llegué a casa me sequé a conciencia, pues había chupado agua hasta hartar.

Gonxal me ha contado que a él le pasó exactamente lo mismo, a la misma hora él también volvió a casa sintiéndose James Dean. Podrías haberme llamado, me ha dicho, pero no eran horas y al sábado no se le podía pedir mucho mas. Y así, hablando de estas cosas y apurando las cervezas, se nos ha ocurrido dejar el Out Of Time, por una vez en nuestras vidas, y salir a pasear por la noche de Pamplona. Y luego puedes escribirlo todo en tu blog, me ha dicho.

Hemos caminado un rato en dirección al centro, a través de la calle Pio XII, hasta el edificio Singular. Yo le he contado que me gustaría hacer una versión de un poema de Machado, ese de "yo voy soñando caminos, de la tarde las colinas doradas, los verdes pinos..." pero ajustado a nuestra vida en la ciudad. Podría empezar algo así como "yo voy soñando aceras y calles, las estrellas ausentes de Pamplona, los dioses derrotados de la noche..." y a él le ha gustado mucho la idea. Así que quizás lo haga algún día. Después me ha contado que tiene un trabajo nuevo, de esos trabajos suyos que consisten en contar y observar pájaros, y me he ofrecido para echarle una mano y hacerle compañía. A mí me gusta imaginar a Gonxal como una especie de gurú de las aves, alguien con capacidades especiales para comunicarse con la naturaleza, como el mago Saruman en los bosques de Rohan, o el mago Merlín en la corte de Camelot. Tonterías mías. Y como estaba tan a gusto paseando con él, me ha dado por imaginarme Pamplona en la antigüedad. Es un buen ejercicio imaginar que uno viaja en el tiempo cuando entra en el casco viejo por la calle San Nicolás. Le he contado que ayer estaba aburrido, y me pusé a indagar sobre Pablo Sarasate. Encontré en internet algunas fotografías interesantes, una en la que salía con su bigote grisáceo, asomado al balcón de La Perla y con su violín bajo el brazo.

El caso es que hemos entrado en San Nicolás. Hemos echado un vistazo a la iglesia, porque a ambos nos gusta mucho la almena medieval que está detrás y que han limpiado recientemente. Se ve muy bien desde la callejuela de Casa Paco, alguno sabrá a dónde me refiero. Gonxal me ha dicho que le da pena que la hayan limpiado, porque a él le gustaba oscura y llena de mugre. A mí también, pero supongo que será cuestión de esperar unos años más. Al final nos hemos atrincherado en uno de los bares del final de la calle y nos hemos pedido dos cañas y dos pinchos de jamón y queso. Gonxal ha pagado, porque a mí no me quedaban pelas, lo justo dos pavos para un par de cafés mañana en la universidad. Nos hemos sentado en un rincón y hemos seguido hablando de nuestras vidas, de nuestros desengaños. De amigos que podrían estar con nosotros tomando algo, pero con los que ya no contamos porque se portaron mal. Él me ha dicho que si quiero podemos ser novios nosotros dos y yo me he reído mucho. Le he dicho que no estaría mal, que sería algo con lo que Dios no cuenta. Que podríamos sacarle el dedo y gritarle: jódete, con esto no contabas, cabrón. Pero entonces nos hemos dado cuenta de que Dios es omnipotente, y seguramente se las arreglaría para que Gonxal y yo discutiéramos y volviéramos a quedar como amigos.

Y así, hablando y bebiendo, se nos ha hecho la hora de volver. De camino hemos pasado por la estatua de JJ (Arazuri), porque estábamos un poco melancólicos, aunque felices, y queríamos hacerle una visita a nuestro amigo metálico. Después le he pedido a Gonxal que se subiera a la peana de Arazuri, porque quería hacerme a la idea de la estatura del médico y resulta que es un poco mas bajito que Gonxal. Nos hemos despedido de JJ y luego hemos llegado de nuevo hasta el edificio Singular y yo le he dicho a Gonxal que ése sí que es un castillo de la era moderna. Estaba impertérrito, allí, en medio de la noche, con sus grandes ventanales encendidos y su enormidad. Algún día subiermos. Al cabo de un rato, en Sancho El Fuerte, nos hemos despedido. Adiós, Gonxal, que descanses. Nos hemos separado, caminando en direcciones opuestas, y me he vuelto a acordar de la fotografía del gran James Dean. Y allí estaba yo, solo otra vez, sin tanto carisma como el actor, pero qué narices, también valiente y decidido. Y es que algunos hombres sufrimos una extraña condena, la de las canciones de Sabina y los actores americanos de los cincuenta.

3 comentarios

ChusZ -

Buenas. Pasaba por aquí y me he decidido a saludar.
Escribes bien. Me ha gustado esto.
En fin, lo dicho: un saludo. :)

Ender -

... esa risa estridente de Pamplona bajo la lluvia ...

Ains María, que me pones los pelos como escarpias. Te aseguro que ha sido esa risa. Y no te preocupes por el Cream, esta muy bien y lo dueños nuevos son muy majos.

Mary -

Qué alegría leerte de nuevo. Que sepas que para mi esa foto también significa mucho, muchos recuerdos, buenos, malos, y alguno incluso que me gustaría haber olvidado. Una noticia pésima ha sido el cambio de dueños del Cream, y temo que haya dejado de ser nuestra pequeña guarida; a veces pienso que si sobrevivía,era gracias a nosotros. Pero vaya, cosas de la vida, que nos olvidamos un poquito de él.
Tan inmersa me encontraba en tu texto, que al llegar la frase: "Él me ha dicho que si quiero podemos ser novios nosotros dos y yo me he reído mucho." te he oído reír, esa risa estridente de Pamplona bajo la lluvia, y te he echado mucho de menos.
Un beso enorme, cuídate.