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Paperback Writer

La visita de una abeja

Hay días en los que me levanto cansado. Hoy ha entrado una abeja en mi cuarto. He abierto la ventana de par en par y he puesto una canción muy bonita a todo volumen, con unos altavoces apuntando al exterior. He pensado que me apetecía congratular al que le gustara la canción y molestar al que no. Que tristes son ese tipo de resignaciones. Abandonar la razón y pensar, voy a molestar a alguien con la mas absoluta simpleza. Es cierto que hay días en los que me levanto cansado y... Pocas cosas me importan. A estas alturas, no voy a dejar de asumir algo que es cierto. Así que ahí estaba yo, con la ventana abierta de par en par. Era media mañana y entraba un aire refrescante. Mi habitación, por su parte, olía mal. A cerrado. He estado durmiendo toda la noche y mi cuerpo ha dejado ese fantástico olor. Gracias cuerpo, otro bendito obsequio.

Y entonces, ante mi patético orgullo por estar haciendo eso, esa tontería de abrir la ventana y poner los altavoces hacia el exterior, ha entrado una abeja. Primero me he preguntado porque había venido. Le habría preguntado, no os mentiré. Me habría gustado acercarme y preguntarle, ¿Qué has venido a hacer a mi cuarto? Y quien sabe, la cosa podría haber acabado muy mal. Porque las abejas... Ya se sabe, tienen aguijones y pican. Y se mueren cuando lo hacen, sí, pero lo hacen. Incluso podría haberme dicho; nunca mas. Y eso habría sido mucho peor que una picadura. Así que por eso, por miedo, no le he dicho nada. Por miedo, sí. Tal vez habría sido el inicio de una bonita amistad.

El siguiente personaje que ha entrado en escena ha sido Sócrates, el gato, no el filósofo. Ha llegado corriendo por el pasillo, desde vete a saber donde. Yo creo que el zumbido del insecto lo ha advertido, ha encendido una pequeña señal en su instinto animal, que a su vez ha activado un enorme cartel de neón en su mente. Caza. Con luces brillantes y parpadeando. Y a Sócrates, ya se sabe, dile tu que no se coma una abeja cuando hay una abeja en el cuarto. Estaba... Ido. Ha mirado fijamente al bicho y se ha ido aproximando a el poco a poco. A mí me habría gustado advertir a la abeja. ¡Vete por donde has venido! ¡Salva tu vida! Pero soy un cobardica.

Y Sócrates ha saltado. Varias veces. Y ha atacado con zarpazos a mi visitante. Sí, soy un mal anfitrión. Ser anfitrión es muy difícil cuando vives con un depredador, que os voy a contar. La abeja no encontraba la salida, daba vueltas y vueltas por el cuarto en un desesperado intento por sobrevivir. Yo, que sí sabía donde estaba la salida, la he tomado. Es decir, me he ocultado tras la puerta. Por aquello de que pican, ya se sabe. Y entonces ha ocurrido algo no muy usual. Tal vez Sócrates no tenía hambre, o tal vez había hablado con la abeja en algún extraño lenguaje inaudible para los humanos cobardicas como yo, pero el caso es que ha acabado subiéndose a la mesa, sentándose, y mirándome. Sus ojos decían: este insecto es inocente y no me lo voy a comer. Con Sócrates decidido a no luchar, la abeja ha tenido tiempo de mirar a su alrededor, analizar la situación y, efectivamente, encontrar la ventana.

Mi preciosa canción seguía sonando, pues el reproductor estaba programado para repetir la misma pieza una y otra vez. Decía:

El cariño que te tengo
no te lo puedo negar
se me sale la babita
yo no lo puedo evitar


Y con estos versos sonando a todo trapo, la ventana abierta y Sócrates tranquilo, esta mañana he visto como un insecto alzaba su vuelo sobre los edificios de Pamplona. Adiós señora abeja, le he gritado. La próxima vez guardaré al gato. Aunque si os soy sincero, no creo que vuelva, pero le agradezco la visita. Pues esta mañana estaba cansado y sin ganas de nada.

 

1 comentario

Patricia -

La vida en compañia de un depredador.