El suicidio de Mariano José de Larra
El trece de febrero de 1837, alguien que ahora ocupa un huequito muy importante entre mi pensamiento, murió. Decidió pues quitarse la vida con un tiro. Cogió una pistola, se apuntó a la sien derecha y se voló la tapa de los sesos. ¡Pum! No se muy bien como debió resultar la escena, aunque yo siempre me la imagino grotesca y llena de sangre. ¡Pum! En la pared, junto con la bala incrustada, trocitos de cráneo y cerebro. Y sangre por todo, claro. Y el cuerpo desgraciado de Mariano José de Larra descansando sobre un sillón orejero, con los brazos colgando por fuera, un batín elegante de andar por casa y todo teñido de rojo. Así es como yo me lo imagino.
Me atrevería a decir que en ese momento, no se atisbó ni un ápice de la claridad que derrochaban sus artículos. De la mente amueblada en la que muchos creerían. Supongo que mas bien, ese momento debió llevar mucho de enajenación, poca reflexión y en definitiva, una gran dosis de estupidez. Entre otras cosas, porque fue su hija de seis años quien halló la grotesca escena. Tiempo antes había recibido una visita de su amada, de la que poco se y poco quiero saber. La mujer se presentó en casa de Larra solo para pedirle algunos papeles y para despedirse. Yo no se ciertamente como debió ser esta mujer, pero no puedo evitar imaginarme a un monstruo cada vez que pienso en ella. Larra, quien es en este tiempo mi amigo únicamente por mi parte, pues desconozco si el me conoce a mí, amaba a esta mujer con locura. Y locura precisamente debe ser la palabra mas acertada para describir ese amor, por la escena que se sucedió después mas que nada. Así que si él amó a esta persona, tal vez yo habría hecho lo mismo de conocerla personalmente. A ella se la tragó el mar meses después, lo que tal vez podría entenderse como una venganza romántica. Porque si algo sabe hacer el mar, es ser azul y tragarse a la gente.
Larra murió, efectivamente. Cometió un gran error al quitarse la vida a los veinte siete años, tampoco hay duda de eso. Hoy, si visitáis Madrid como yo lo he hecho, podréis ver un pequeño busto del escritor, situado frente al palacio real. Allí, con esa mirada pétrea, metálica y fría que caracteriza a las estatuas, encontrareis al suicida. Mirará, si os acercáis lo suficiente, hacia el infinito. Y su semblante será pues el de un muerto. El de un joven con las ilusiones truncadas. El de un cobarde, dirán algunos. El de un ser amado. El de un drama, al fin y al cabo.
Foto: Dani (izquierda) y yo (derecha) posando junto al busto de Larra. Tomada por Elena.
6 comentarios
morgan -
DanL -
Garci -
A ver si sigues asi!
Patricia -
Por cierto, salis muy guapos en la foto =)
Ender -
Patricia -
Como si en los ultimos instantes, hubiera querido aferrarse a quien quería, deseoso de escapar del aliento de la muerte y hubiera arrastrado irremediablemente una parte de los demas