Beatus ille - 2
19/7/2008
Cuando llegué esta mañana, lo primero que sentí fue sueño. Apenas había dormido dos horas, y no por falta de tiempo. Supongo que los Sanfermines han trastocado mi horario de sueño... Pero bueno, ese es otro tema.
Aquí, en el pueblo, no hay mucho que hacer. Me he traido un viejo portatil que, a ratos, me salva del aburrimiento, pero por lo demás... Lo que mas he hecho hoy supongo que ha sido pensar y leer. Bueno, también comer. Mi abuelo me está cebando. Por lo visto, para mí, las comidas tienen tres platos y dos postres. Y por la tarde, se merienda dos veces. No me quejo, es una ocupación mas.
21/7/2008
Ya llevo tres días aquí, recluido. Creo que empiezo a acostumbrarme al no hacer nada. O al menos, no fisicamente, ya que pensar es una de mis actividades principales. Y no es que me lo busque, intento entretenerme, pero la verdad, es que es dificil.
Una de las cosas buenas del pueblo es el asunto del ruido. No se oyen coches, ni gente gritando, ni bocinas, ni niñas haciendo botellón y cantando a las dos de la mañana. El único sonido del exterior es el cantar de los pájaros. Es pacífico, bello y reconfortante. Tal vez ese sonido haga que merezca la pena que yo este aquí.
30/7/2008
Es curioso esto de las decisiones; "¿Quieres volver a Pamplona o quedarte en el pueblo?". Cuando lo decidí, no supe de donde salia mi respuesta. "Me quedo". Ahora lo se, porque lo he pensado. Mi subconsciente (un tipo muy social) tomó la decisión porque sabía lo que necesitaba. Un poco de calma, de pensamiento, de paz, de campo... Un poco de pájaros.
2/8/2008
La medianoche ha pasado, y un viento frío y refrescante recorre la nocturnidad del pueblo. Me gusta. Me asomo a la ventana tanto como puedo, para que el aire roce mi pecho y pueda sentirlo.
Es alentador.
Debajo de mi ventana, pasa, en una cuesta pronunciada, una de las calles principales. En el cemento del suelo, se dibujan unos surcos horizontales y paralelos, que en su día frenarían a los carros, evitando alguna que otra catastrofe. Si miro a la izquierda, la cuesta se hace tan empinada, que me cuesta creer que se llegara a usar en su tiempo. Mas allá, la carretera, y mas todavía... El campo. Un mar de oscuridad, negro, con debiles siluetas de chopos y matojos, y en medio de la nada, las luces del pueblo de al lado. Doradas y apelmazadas, como estrellas en una galaxia lejana.
Y el sonido... Los matorrales y las hierbas de la antigua era, situada frente a mi, al otro lado de la calle, chocan unas con otras, al igual que las hojas de los arboles del jardín amurallado de la casa de al lado.
De pequeño, me gustaba subirme al muro para observar el cuidado jardín, e intentar -ya de paso- agarrar algún higo de alguna de las higueras mas próximas. Las mismas higueras que ahora, aunque no pueda distinguirlas con claridad entre la noche, producen ese sonido tan pacífico, ayudadas por el viento.
Y de vez en cuando, cuando éste se levanta de repente, se produce un silvido grave y largo, que poco a poco, se pierde entre las estrechas calles, para que vuelvan a sonar las higueras del jardin.
5 comentarios
Diana -
Ender -
mce79 -
ya pensaba que te habia comido algun jabali en el campo!
El clikcaster esta muertisimo, asi que no te molestes en entrar
Naele -
Gossio -