La cocinera
Recuerdo que cuando era pequeño e iba al colegio, tenía una amiga. Trabajaba cocinando y sirviendo comida a los niños que se quedaban a comer al medio día. Yo casi nunca me quedaba a comer, pero aún así éramos amigos. No recuerdo muy bien las circunstancias que se dieron para que fuéramos amigos, pero lo éramos. Coincidíamos de vez en cuando, cuando yo salía de clase a la hora de comer, o cuando entraba por la tarde. Por supuesto que no era una relación de amistad normal y corriente, dado que yo era un niño y ella una mujer adulta. Solía llamarme por mi nombre y preguntarme por mi estado de ánimo. Yo le decía que estaba bien y le sonreía. Recuerdo su rostro vagamente. Tenía gafas y cara redonda. Era una mujer muy alegre, gastaba bromas y siempre sonreía. Lo recuerdo a trozos. Ella no se interesaba por mí de manera particular, no me seguía ni nada por el estilo. Solo conversaba conmigo un rato cuando nos cruzábamos y se interesaba un poco por mis cosas. No recuerdo si esa mujer tenía algo de especial, pero hoy se a ciencia cierta que era una persona realmente sincera y que su presencia me hacia sentir bien. Yo era un niño. Me resultaba agradable hablar con ella pero no le tenía un cariño especial ni pensaba en nuestra relación. Si no hubiese sido un niño, tal vez podría haberme parecido un poco raro todo aquello, aunque si os soy sincero, ahora recuerdo a esa mujer con ternura. Ciertamente éramos amigos. En su momento no lo agradecía, pero sin duda es de agradecer que alguien se interese por otra persona sin querer nada a cambio.
Un día yo estaba esperando a mi padre en la calle, sentado en un banco. Las piernas no me llegaban al suelo y las balanceaba, como suelen hacer los niños. Vi a la mujer acercándose por la acera. Ella caminaba lentamente. Recuerdo que miraba al suelo apesadumbrada. Cuando pasó por delante, levantó la vista hacia mí. Estaba muy seria, parecía otra persona. Yo me puse en pie de un salto, sonriente, dispuesto a decirle hola, a que me llamara por mi nombre, a que me preguntara qué tal estaba y a decirle que estaba bien. Pero ella simplemente pasó de largo. Devolvió su mirada al suelo y pasó de largo. Creo que esa fue la última vez que la vi, y si volví a verla después de aquello, no lo recuerdo. Y si hoy volviera a verla, no sería capaz de reconocer su cara. Todo esto que os he contado son recuerdos borrosos que tengo en la mente con algunos matices nítidos.
Hoy, sin saber muy bien como ha ocurrido esta fortuita conexión sináptica en mi cerebro, me he acordado de ella. Nunca antes había pensado en ella e insisto en que no se que es lo que me ha llevado hasta su recuerdo. Le dije a mi padre que la cocinera no me había saludado y mi padre me explicó que la gente mayor a veces se pone muy triste muy triste y pierden las ganas de saludar a sus amigos. Hoy he recordado a esta mujer, aquí, sentado, solo en mi cuarto y me han entrado ganas de abrazarla y de decirle que no está sola. Ojalá ella, esté donde esté, lo sepa.
Será que tengo alguna especie de trauma con esta historia, pero sentía ganas de contarle esto al mundo.
3 comentarios
Ender -
palacin -
Garci -
Me ha encantado la explicación de tu padre. Jaja