Mi vida: salir a correr
El deporte y yo siempre hemos tenido una relación de amor odio. Cuando era niño, hacía patinaje, un deporte que consistía en caerse al suelo una y otra vez, a grandes velocidades, obteniendo grandes lesiones como raspaduras y heridas feas, de esas en las que la piel se desgarra como el que pela una naranja. Y el que tenía mas heridas feas, era el mas temerario, el mas loco, el mas rebelde. En el colegio, los que hacíamos patinaje eramos los que vivíamos al límite. Una vez me choque contra una farola y me hice un moraton en la mejilla. Tal vez fue por esto, por esta forma que tuvo el deporte de llegar a mi vida, que mi relación con él siempre fue difícil.
Al cabo de muchos golpes, descubrí que el patinaje no era lo mío. Aquello había dejado de tener su gracia. Ya no me divertía como antes cayendo una y otra vez al suelo, mi pequeño cuerpo se resentía. Mis rodillas querían tener piel mas que cualquier otra cosa y decidí concederles ese privilegio. Lo cambié por el fútbol. Bueno, por el futbito. El futbol debía ser genial, aún hoy lo pienso. Ese deporte debe ser genial. Debe serlo, pero yo desde luego no lo creo, por mas que me esfuerzo. Pero entonces era un querubín sin prejuicios y pensé que quería patear el balón con mis amigotes de clase. El primer día de entrenamiento un chico lleno de piercings y metales por la ropa nos hizo correr durante diez minutos alrededor del campo. Me sentía raro por no tener mis patines, pero me sentía mas seguro. Descubrí que el suelo es estable, que uno puede pisarlo sin miedo, correr por él, saltar e incluso bailar. Y el chico de los piercings, que debía tener mi edad actual pero que a mi me parecía que tenía treinta años por lo menos, era un tío comprensivo y majo. Lástima que se fuera. Sí, fue una lástima que dejara de entrenarnos. Si aquel tío perforado hubiera seguido con los entrenamientos, ¡Tal vez yo sería alguien completamente diferente! Pero no. Vino otro, otro entrenador. Y no se si fue el nuevo entrenador o simplemente el puto balón, pero el fútbol empezó a ser frustrante. Tan frustrante... El nuevo entrenador me hacía practicar con una pared porque yo era completamente malo. El peor. El balón no me hacía caso. Yo quería correr con él. Llevarlo delante de mi, delante de mis pies, patearlo y que fuera a donde yo quisiera, pero no me hacía ni caso. Con mucha frecuencia me golpeaba en la cara, ese era todo el cariño que me tenía. Aún no se muy bien porque, pero solía llevarme un balonazo en toda la cara como una vez cada semana. Tal vez fuera porque era un poco mas alto que los demás. Sí, debía ser por eso, mi cara era mas accesible, los otros niños no debían hacerlo a posta. Simplemente lo que ellos consideraban un tiro alto, era un tiro atroz para mí. Ah, y la pared sí. El entranador se esforzaba por hacer un jugador decente de mí, pero a él también debía resultarle frustrante. Andrés, toma, tu balón. Quiero que tires tiros contra la pared. Bueno, tiros no, pases. Dale pases a la pared y cuando vuelva, dale otra vez sin pararlo. Y allí me pegaba yo quince minutos de vez en cuando, tirándole el balón a la pared. ¡Y aún eso me resultaba difícil! Porque el balón se iba al quinto pino cada dos por tres y yo tenía que correr detrás.
Y así conocí la competitividad deportiva. Amigos, yo quería que mi equipo ganara. Jugábamos partidos todas las semanas y yo quería que ganáramos. Y os prometo que me esforzaba como el que mas. Corría de un lado para otro, molestaba a los jugadores del equipo contrario, les tiraba de la ropa, me ponía delante para que no vieran nada... Una vez tire a uno al suelo y todo, pero me dijo que no iba a esperarme a la salida ni nada. Le ayudé a levantarse y le di la mano. Nuestras miradas se cruzaron y entre nosotros debió correr una especia de súbita comprensión deportiva. Nos miramos y nos entendimos. Mi mirada dijo; tío, lo siento. Tengo que hacerlo para que vean que me esfuerzo. La suya dijo; me alegro de no ser tan paquete como tu, pero te entiendo. Los otros niños no me pasaban el balón nunca y yo lo entendía. Cada vez que lo tocaba, lo perdía. Aquello empezaba a ser una ley científica universal. Balón tocado, balón perdido. Incluso cuando me daba en toda la cara... Una vez tuve una oportunidad de oro. La gloria se presentó por primera vez delante de mi. Por primera y última vez, y si ahora se presentara, la mandaría a paseo. Yo corría de un lado para otro, sin parar, molestando todo lo que me era posible. Corner. O saque de esquina, también, pero no se que narices hacía yo en el centro del campo, porque siempre que había corner, había boyo. Los boyos eran lo mío. Cuando muchos jugadores se agrupaban para intentar rematar con la cabeza. Era mi especialidad. Me metía en el boyo y molestaba a los jugadores contrarios todo lo que podía. Y si acaso, me llevaba un balonazo en la cara. Así que corrí hacia el boyo y por el camino me encontré con el señor balón, que huía como una bala perdida. Y yo estaba solo. Y todo los jugadores delante de mí. Y al otro lado la portería. Me gustaba intentar elevarla. El balón se iba a la mierda casi todas las veces que lo hacía, pero algunas, algunas veces, una de cada diez veces que metía el pie debajo del balón y lo proyectaba hacia arriba, una de cada diez veces... Salía bien. ¡Zas! Lo hice, la elevé y no se torció. El balón voló, planeó por encima de los jugadores. Gol, gol, gol, gol... Pensaba yo. Algunos saltaban para alcanzarlo, pero no. Eso era una auténtica curva elíptica. Y larguero. Le di al larguero. Sonó ¡Clong! Y adiós a la gloria. Y vuelta a la frustración. Y así fue mi vida como futbolista. Al final, algunos niños empezaron a pedirme que no saliera a jugar tanto en los partidos. Que pidiera estar un poco mas en el banquillo. La competitividad da asco. Antes no me gustaba y ahora me repugna. Realmente, realmente, os prometo que realmente uno debe practicar deporte para divertirse. Y nosotros no nos divertíamos. Bueno, mas que en los entrenamientos. Los partidos solían resultarme horribles. Mis amigos enfadados por haber perdido, toda aquella violencia siendo solo unos críos. ¿Por qué sentirse triste después de dos horas de hacer ejercicio? ¿Es qué tiene algún sentido? Jamás practicaré un deporte que haga que me sienta mal después de haberlo practicado, es completamente absurdo. Debieron habernos enseñado que perder no importaba, que lo bonito era intentarlo. Alguna vez solían decírnoslo sin mucho ímpetu, pero no hacíamos caso. Suelo recordar el fútbol como uno de los grandes fallos que cometió la enseñanza pública conmigo.
Llegó el instituto y no hice deporte hasta el último año. No me gustaba, había tenido una mala experiencia y no quería repetir. En segundo de bachillerato hice karate, y parece mentira que yo disfrutara de un deporte ideado como arte marcial. Pero el karate siempre ha sido para mi un deporte, porque la violencia real no es divertida. Pero el karate si lo es. Descubrí a un montón de gente maja, un entrenamiento completo, un control superior sobre el cuerpo. Me encanta el karate. No esperaba pegarme con nadie y no lo hice. En el entrenamiento, simulábamos los combates. Jamás me hicieron daño. Pero a mi lo que ralmente me gustaba, eran las katas. Sucesiones de movimientos, golpes al aire preprogramados. Uno detrás de otro y con precisión. Lo recomiendo. Es genial, estimulante y relajante. Bien es cierto que el karate tiene una connotación violenta, pero lo que uno hace puede tener el significado que uno quiera, si es que no afecta a terceros claro. En un bar me dijeron una vez que el karate es un arte marcial antes que un deporte. Pero esta idea me parece bastante idiota. ¿Por qué hacer de un deporte sano, una escuela de violencia y guerra? Creo que la gente que dice eso no son verdaderos karatekas. El karate ofrece una mayor capacidad y un mayor control para tu cuerpo. Lo que hagas con tu cuerpo, no tiene nada que ver con el karate....
Y llegamos hasta hoy. Dejé el karate porque actualmente tengo clases por la tarde. Y el neumotorax que sufrí en verano no me ha animado a hacer deporte, precisamente. Pero el domingo pasado sentí un impulso. Me había atiborrado de amburguesa, patatas, cocacola y otros aperitivos, porque Alba y yo habíamos ido al cine. Me sentía pesado y de pronto tube ganas de correr. Igual que en Forrest Gump. Rebusqué en el armario y me puse una camiseta que solo me he puesto las dos veces que se ha estropeado la labadora y no ha habido ropa limpia. Busqué y busqué y me puse un viejo pantalón de chandal que no usaba desde hacía un par de años y las deportivas. ¡Menuda pinta! Me miré en el espejo, daba risa. Sócrates se ensañó con mi chandal. Le entendí perfectamente, pero no le dejé. Y así salí a correr. Por cierto que era de noche, serían las doce o así. No había nadie por la calle, daba gusto. Solo el sonido de unos condenados coches que pasaban de vez en cuando. No llevé música. Quería haberlo hecho pero no pude. Había puesto mi mp4 a cargar pero al salir de casa, descubrí que estaba en posición off y no se había cargado. Recordé las palabras de alguien que me dijo el día anterior: la gente que no puede estar sin música suele tener miedo a escuchar sus propios pensamientos. Y tal vez llevara algo de razón. Yo no tengo miedo a pensar, pero a veces me canso. Y ya llevaba una temporada sin pensar mucho, así que salí a correr sin auriculares. Salir a correr por la noche es genial, también salí el martes y hoy me toca otra vez. Creo que uno puede hallar un poquito de paz aquí si va a leer a la ciudadela por la tarde o si sale a correr por la noche. Nada que ver con la paz que uno encuentra en el campo, pero algo es algo. ¡Ah, y fue la primera vez que hacía deporte en serio desde que salí del hospital!
5 comentarios
Sr. Rosa -
Alba -
Por cierto, tu descripción del partido ha sido como un resumen de un capítulo de Oliver y Benji xD
Izkue -
Por otro lado, creo que ya lo he dicho alguna vez, soy cinturón negro de karate, es un deporte en el que puedes estar tranquilo sin sentir necesidad de competir. He hecho algunas competiciones, pero creo que mi entrenador se fue dando cuenta de que me quería escaquear de ellas, ahora me manda las inscripciones y si me interesan pues participo. Pero no, siempre he sido todo lo contrario a una persona competitiva. Cuando competía haciendo combates, una vez terminados estos, siempre estaba contento, más que nada porque ya había terminado y por fin podía descansar, no, no he ganado ninguno, aunque apenas los he tenido.
Yo también prefiero la parte técnica. Sobre la relación violencia y karate: en Karate no se suele aprender como hacer daño, lo que suele hacerse es entrenar el cuerpo de forma que si en algún momento no tuvieses más remedio, pudieras sacar más partido a tus movimientos. De todas formas, cuando era pequeño, mi entrenador siempre se esforzó para que entendiéramos que es un arte de defensa y que si nos metíamos en problemas siempre había que correr todo lo posible antes que tener que recurrir a defendernos.
Ender -
Mikel -
P.D; ya era hora de que comentara aqui, ¿no te parece?