Sócrates el gato
Dando vueltas y saltos, ha llegado Sócrates a mi casa. Sócrates el gato, no el filósofo. Siempre está de aqui para allá, correteando sin parar. Le gusta arañar y morder, pero es un buen chico. Nunca hace daño a sus amigos, y me lo demuestra con lametones cuando llego a casa. Es el terror de los zapatos, calcetines, zapatillas, ropa desatendida y de cualquiero cosa pequeña que se mueva. Casi nunca cesa de jugar, sólo cuando cae rendido sobre su camastro o sobre mis piernas si estoy estudiando o en el ordenador. Cuando hay algo que no entiende, se dedica a mirarlo fijamente. Él mira fijamente aquello desconocido y se esfuerza por entender su funcionamiento. Y válgame Dios que uno puede aprender de este animal. Ya muchos se quedaran mirando fijamente las cosas que no entienden, y así tal vez nos iría a todos un poco mejor.
Ayer se me hizo tarde y lo llevé a la cocina, que es donde se aloja. Apaqué la luz y él se quedó sentadito, mirando fijamente la ventana. Adiós chico, le dije.
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